Escena extra, capítulo diecisiete

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—Horacio, no digas mi nombre —sostuve el teléfono con más fuerza mientras avanzaba hacia el interior de la casa, estaba huyendo del ruido para poder escuchar—. ¿Llevaste a Pamela a su casa?

—No —respondió tras aclarar la garganta—. Los dos regalos van al mismo sitio.

—¿Al departamento de Camila?

—Así es.

—Quiero que las acompañes hasta la puerta, por nada del mundo dejes a Camila en el estacionamiento, toca el timbre y asegúrate de que entre.

—Así será.

—No le digas que llamé —dije antes de colgar.

Me pasé las manos por la cabeza en un gesto claro de desesperación. Estaba molesto con Camila, furioso en realidad, no obstante, no podía desentenderme de ella, permitir que se pusiera en peligro no era una opción.

El bullicio de la fiesta se escuchaba lejano, me desplacé con confianza hasta el cuarto de entretenimiento de la casa de Benja, buscando un sitio para estar solo al menos por unos minutos. Benjamín se interpuso en mi objetivo solo unos segundos después. Empujó la puerta con el pie para poder entrar, cargaba dos tragos en las manos que cuidaba de no derramar.

—¿Cómo lograste entrar aquí? —preguntó mientras avanzaba.

—La puerta estaba abierta, no tenía ningún tipo de seguro.

—No lo digo por eso, es estrecha, como alcanzaron tú y tus cuernos.

La risa burlesca de mi mejor amigo me irritó de inmediato. Benjamín me tenía harto, llevaba días soportándolo, esa noche mi paciencia, que él creía eterna estaba a punto de acabarse.

—Te partiré la cara si vuelves a reírte de eso.

—¿Qué haces aquí? —preguntó todavía riendo.

—Pensar un poco. Horacio se llevó a Pamela, se nota que estás preocupado por ella.

—De Pamela no quiero saber nada, al menos por esta noche. ¿No viste la forma en la que se comportó? Encima de todo me llamó neurótico por sacarla de la vista de todos —le dio un sorbo al vaso que escupió unos segundos después a causa de un ataque de risa.

—¿Qué es tan gracioso?

—Todo. Camila no solo te puso los cuernos, te dedica canciones en donde insinúa que eres un viejo.

Me recosté sobre el sillón esperando que el estúpido ataque de risas de Benjamín cesara, le arrebaté el otro trago y lo tomé de golpe, deseando que el alcohol me ayudara a relajarme, estaba tenso, harto y sobre todo enojado con la pelirroja presumida de la que no quería saber nada.

—No quiero hablar de Camila.

—Hasta hace unos días era tu tema favorito. Salgamos de aquí, la fiesta aún no se termina.

—No quiero, Florencia me está esperando, no tengo humor para nada.

—No eres ni el primero, ni el último al que le van a poner los cuernos, la vida sigue, vamos a divertirnos.

Aunque su comentario fue hecho con un tono chistoso, no pude reírme, no lo encontré gracioso en absoluto. Mientras él seguía poniendo a prueba mi paciencia me entretuve con mi teléfono, masoquistamente volví a leer los últimos mensajes que habíamos intercambiado, estaba decidido a borrar su número pero la foto me detuvo.

—¿Por qué no sales tú a divertirte? Eres el anfitrión.

—Porque los amigos están en las buenas, en las malas, y en los cuernos. —Bajé la cabeza para que no viera como la risa finalmente me ganaba, había logrado que lo que estaba pasando fuera mínimamente gracioso, lo empujé cuando pasó el brazo por mis hombros, su risa escandalosa casi en mi oído era demasiado—. ¿No te parece que estás exagerando un poco?

—¡Camila, lo besó! 

—Estaba borracha, probablemente le hayan dado algo. Pamela no estaba mintiendo, la conozco. 

—Maldita sea, Benja. Dejó que un tipo la besara. ¿Averiguaste el nombre?

—Sí, remetí una queja en su agencia. Aunque no creo que sirva de mucho, en su afán de no hacer un escándalo, Mariano no actuó en el momento. No te amargues por Camila, espera que se te pase el enojo para que hables con ella.

—No sé si quiero hablar con ella.

—Estás exagerando —insistió antes de ponerse de pie, salió solo por un minuto para ir por dos tragos que puso sobre la mesa frente a nosotros—. Entiendo que estés enojado, pero te estás tomando todo muy a pecho.

—¡Me engañó!

—Literalmente no.

—Se besó con un tipo que acababa de conocer en una fiesta, ella misma lo reconoció.

—Pero eso no la hace engañarte, entre ustedes no hay nada.

—¿No? La llevé a mi casa, le presenté a Luciana, hablé con su mamá. El hecho de que aún no lo habláramos no significa que no hubiera nada entre nosotros. Camila es la primera en exigirme explicaciones, armó un escándalo en la constructora el día que me encontró conversando con alguien. Desconfía tanto de mí, y fue ella la que en la primera oportunidad mandó todo al diablo.

—¿Por qué yo no sabía todo esto? Estabas teniendo una especie de novia y no me lo habías dicho.

—¿De qué hablas? Te conté todo, tienes semanas llamándola mi esposa.

—Yo bromeaba, tú hablas en serio. Pensé que era una especie de juego. ¿En serio no lo era?

—¡No! Y para ella tampoco lo era, esas cosas se perciben. Lo que pasa ...

—Es que tiene veinte años y a esa edad todos la cagamos —me interrumpió—. Estaba en otro continente, haciendo algo que para todas las modelos es una especie de sueño, es nueva en esto.

—No la justifiques. No debió aceptar nada de un extraño.

—Tal vez sí, pero tú percibes todo distinto porque estás dolido.

—No lo estoy.

—Si lo estás —dijo riendo—. En unos días pensarás mejor la cosa, por ahora vamos a divertirnos, si quieres cobrarte lo que hizo la diva, Florencia te está esperando.

—En realidad lo único que quiero hacer es irme. No lo he hecho solo por no darle gusto a Camila.

—¿Mmm?

—Me amenazó, después de lo que hizo se atrevió a decirme que si entraba a la fiesta me olvidara de ella.

—Y tú entraste. Así me gusta, cornudo pero digno.

Le lancé el trago que cargaba en la mano, escuchando el molesto sonido de su carcajada. Benjamín no me iba a dejar tranquilo, debía acostumbrarme a lidiar con eso.

—Mejor me largo.

—Te doy una semana, no soportarás más que eso para ir arrastrarte tras ella.

—Que poco me conoces —respondí lleno de soberbia, decidido a dejar a Camila atrás.

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