Escena extra, capítulo veintidós

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—Mucha suerte en tu desfile. Espero que todo te salga bien.

Camila volteó sin soltar mi mano, para ofrecerle una sonrisa amable a mi mamá, a pesar de nuestra tensa conversación lucía tranquila. Intercambiaron un par de palabras antes de que ambos nos dirigiéramos hacia el elevador. Me encontraba pensativo mientras la observaba, rememorando los hechos ocurridos minutos atrás, la incomodidad no sé iba pese a lo bien que había salido todo.

—¿Estás nerviosa? —pregunté estúpidamente.

No lo estaba, sus ojos reflejaban un entusiasmo contagiante. Destilaba felicidad y yo no era el causante. Respiré hondo al mismo tiempo que deslizaba la mirada en ella. Contemplándola comprendí el interés que estaba despertando, cada rasgo de Cami era llamativo, su belleza era soberbia, su actitud la potencializaba.

—¿Me preguntaste algo?

Negué fingiendo una sonrisa, esperando que no notara cuan tenso estaba. Le ofrecí mi mano que tomó hasta varios segundos después, estaba tan concentrada en su reflejo en el espejo, que no se percató de mi intento de acercarla. Recostó la cabeza sobre mi pecho mientras le enviaba un mensaje de voz a Mariano informándole que ya estaba en camino.

—Conduce con cuidado.

—Lo haré —aseguró distraída—. Intenta llegar a tiempo, soy la que abre el desfile.

—¿De verdad? —Mi asombro pareció irritarla, me ofreció una mala mirada antes de ponerse los lentes oscuros en forma de corazón que la hacían ver tierna.

—¿Por qué lo dudas? Me vieron en el último ensayo y quedaron encantados conmigo —frunció su provocativa boca, adquiriendo el gesto de presumida que tanto me gustaba.

—No lo dudo, sé que te mereces abrir y cerrar cualquier desfile. Solamente fue una expresión.

Abrí la puerta por ella esperando pacientemente que subiera al coche, en cuanto se puso el cinturón me acerqué para despedirme, pensé que dejar ir la tensión que sentía iba a ser complicado, hasta que sostuvo mi rostro entre sus manos y me regaló una sonrisa, de esas que casi nadie veía.

—Cómete lo que yo traje.

—Ya me lo comí.

—¡Pablo, eres un idiota! —Contenía una sonrisa mientras me observaba intentando verse molesta—. Vuelves a hacer un comentario así y te juro que nunca más...

La silencié con un beso al que se opuso solo por unos cuantos segundos. Me empujó entre risas hasta que finalmente cerró la puerta y encendió el motor.

—Estaré en primera fila cuando salgas.

—Más te vale, golfo.

Aceleró haciendo rechinar las llantas, dejándome con una sonrisa en los labios por su advertencia, estaba acostumbrado a que negara querer verme, que lo admitiera seguía siendo extrañamente reconfortante. Al subir encontré a mi mamá aún en la cocina, me dedicó una mirada de reproche mientras me acercaba, mirada que anticipaba alguno de sus regaños.

—Muero de hambre —comenté como si nada mientras rebatía dentro de la bolsa que llevó Cami.

—¿Camila suele visitarte seguido? Porque no me parece correcto este tipo de comportamientos, vives solo, no debería...

—Mamá —no pude contener una carcajada que terminó haciéndola enojar más, pude notarlo en la expresión en su rostro—, creo que está conversación

es innecesaria. No soy un niño.

—Pero ella sí.

—Es joven, lo acepto, pero de eso a ser una niña hay un abismo de diferencia.

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