Escena extra, capítulo treinta y siete

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México, 2017.

Me senté en la cama de golpe percibiendo como el corazón me latía acelerado. Tenía las manos heladas y una sensación de ahogo que me llevó a respirar por la boca. Estaba aturdido y agitado, mi plácida siesta había terminado de forma abrupta a causa de una pesadilla.

Mi teléfono vibró sobre el buró, aumentando así la tensión que respiraba. No sopesé mi siguiente acción, harto de huir de mi gran problema, tomé la llamada.

—Bueno —sonó la voz femenina que me atormentaba—, ¿Pablo?

—¿Qué quieres, Melissa?

Escuché una corta risa antes de que aclarase la garganta.

—Vaya, hasta que al fin respondes. ¿Cómo estás? Tengo semanas queriendo hablar contigo. ¿Podemos vernos?

—Tienes semanas acosando a mi asistente y a mi secretaria. No tengo nada que hablar contigo, no puedo verte —mi tono fue tajante.

Cerré los ojos mientras me dejaba caer sobre la cama de nuevo, me encontraba agotado física y mentalmente por todos los problemas que tenía encima.

—¿Crees que Camila quiera verme? ¿Por qué así se llama, no?

—¿Pretendes extorsionarme?

—No —dijo tras una breve risa—, solo que hablemos un poco. Te veo mañana, me envías un mensaje para que acordemos un lugar. Ah y por cierto, tengo el número de Camila, sino me envías el lugar y la hora donde nos veremos, tendré que hablar con ella.

No hubo tiempo de responder, Melissa colgó dejando claro que ella ponía las reglas del juego. Me levanté de la cama aún aturdido. La preocupación y el agotamiento me obligaron a salir de la constructora a la mitad de la tarde, necesitaba dormir, un poco de descanso que me proporcionara algo de tranquilidad.

Mientras bajaba las escaleras escuché ruidos en la cocina, de inmediato me dirigí hacia allá, llevándome la sorpresa de encontrar a Camila. Jamás llegaba a casa tan temprano, su presencia era completamente atípica. Se movía de un sitio a otro sacando cosas de bolsas de un restaurante, tan entretenida que no se percató de la forma en la que la estaba observando.

—Hola, belleza.

—¿Estás bien? —Fue lo primero que preguntó al voltear y verme—, llamé a Milena, me contó que saliste temprano de la oficina. ¿Qué tienes, golfo?

En lugar de darle una respuesta, opté por hacer lo único que me proporcionaba paz dentro de toda la tensión que sentía. Me acerqué de inmediato para estrecharla entre mis brazos. Tenía una sensación extraña en el pecho, un temor casi insostenible de perderla.

En cuanto separó los labios para hablar, aproveché la oportunidad de besarla. Era algo que necesitaba en ese momento. La ansiedad que me provocaba todo lo que estaba ocurriendo, solo mermaba cuando la tenía así de cerca. Me devolvió el beso con el mismo fervor, pese a lo tensa que estaba entre mis brazos. Mantenía las palmas de las manos sobre mi pecho, como si estuviera buscando la forma de poner distancia entre ambos.

—¿Quieres subir?

Estaba fuera de control, lo reconocía; sin embargo, en ese instante necesitaba una dosis de tranquilidad, la que solo ella me daba.

—No, quiero que hablemos. ¿Qué te pasa?

—Tengo problemas con un proyecto, pero ya estoy solucionándolo. ¿Subimos?

Antes de que pudiera responder volví a besarla, hambriento de ella como cuando la conocí. El temor que despertó la aparición de Melissa me mantenía paranoico. La situación me estaba afectando tanto que, para poder sobrellevarlo, convertí a Cami en mi anestesia. El único momento en el que todo el estrés y la preocupación desaparecía, era cuando estaba entre sus piernas. Embriagado de esa falsa paz, buscaba a como diera lugar ese tipo de contactos.

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