Escena extra, capítulo treinta y dos

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El agotamiento que estaba padeciendo comenzó a cobrarme factura. Cabeceé un par de veces mientras Horacio se enfocaba en sortear el tráfico. En medio del aturdimiento provocado por el cansancio leí los últimos mensajes de Camila. Decía estar demasiado ocupada para verme esa noche, por ello pese a mis ganas de buscarla, me recosté con mayor comodidad sobre los asientos traseros.

—¿Cansado? —preguntó Horacio después de escucharme bostezar.

—Como nunca. ¿Cómo te fue con Camila en estos días?

—Tuvimos semanas bastante movidas, la señorita tenía muchos compromisos.

—¿De trabajo?

—Supongo que sí, siempre acompañada del joven amanerado con el que pasa todo el tiempo.

—Mariano —dije, pensando en voz alta—. ¿Solo Mariano estuvo cerca de ella?

—Sí, nadie más que él y la asistente.

—¿La llevaste de su casa a la agencia y a la universidad solamente?

Horacio asintió con la vista puesta en el camino, luciendo concentrado. Usualmente me daba detalles de la rutina de Cami cada vez que se lo pedía, por ello fue un poco extraño que se quedara callado por unos segundos.

—También pasó bastante tiempo en su departamento —continuó—. Hace cinco días me pidió que la llevara a la constructora. Se tardó un par de horas. Creo que fue a buscar a su contador.

Un poco más tranquilo por el estar al tanto de todo, cerré los ojos buscando la forma de aprovechar lo que restaba de camino para descansar, fue fácil quedarme dormido, mis párpados pesaban. Mi cuerpo estaba resintiendo el ritmo de trabajo en el que estuve inmerso los últimos dieciocho días.

Desperté por una llamada de Benja en el justo momento en el que Horacio se estacionaba. Me despedí con prisa mientras escuchaba como mi mejor amigo intentaba convencerme de salir esa noche. Me movía lento por la soñolencia, sentía que no podía concentrarme en nada. Me pareció extraño que Benjamín no insistiera, al escuchar mi negativa se despidió, no sin antes hacerme prometer que iba a buscarlo al día siguiente.

Mis planes de tirarme a la cama y dormir, cambiaron al salir de elevador y ver a Luciana. Dejé caer al piso la maleta que cargaba entre las manos para poder abrazarla. Pese al cansancio, encontrarla en casa me animó de forma inmediata.

—¿Quién te trajo, mi amor?

—Yo.

Levanté la mirada siguiendo el sonido de la voz que reconocí en el instante. Aturdido por su inesperada presencia, la observé bajar las escaleras. Cami no dejaba de sorprenderme, cada vez que daba por sentado algo sobre ella me mostraba con detalles lo equivocado que estaba. Mientras Lu me ofrecía besos dulces en las mejillas, seguí todos sus movimientos, su andar lento parecía tener el propósito de impacientarme.

—Pensé que no tendrías tiempo para mí.

—Hice un espacio para verte.

La apreté contra mi pecho al mismo tiempo que cargaba a Luciana. Se había vuelto una grata costumbre tener los brazos llenos, la presencia de Camila en mi vida había provocado que mi hermana permitiera que me acercara más a mi sobrina.

—Tío, tengo una nueva habitación. Es muy linda.

Lu quiso saltar de mis brazos para mostrarme todo, no pude prestarle atención a su petición. Me sentí ligeramente perdido en mi departamento. Tuve que ver todos dos veces para comprobar que no era mi imaginación, estaba completamente distinto.

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