Escena extra, capítulo treinta y cinco

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Abrí los ojos de golpe a causa de la espantosa sequedad que sentía en la garganta, por varios segundos no supe a ciencia cierta donde me encontraba. En mi mente alcoholizada y adormilada se comenzaba a formar una vaga idea que, se desdibujó a causa una fuerte punzada en el cuello.

Parpadeé varias veces mientras adoptaba una mejor posición. Fue entonces que descubrí donde me encontraba, en la sala de mi departamento.

La primera señal de que algo no andaba bien la tuve al ponerme de pie. Un fuerte mareo me obligó a sentarme de nuevo y a respirar hondo para no vomitar. Mi cuerpo me estaba castigando por todo el alcohol que bebí la noche anterior, asumí que la intensidad de mi malestar se debía al tiempo que tenía sin tomar de esa forma.

Un ruido proveniente de la cocina hizo que me pusiera de pie en el acto, mientras caminaba me percaté que además de estar descalzo no tenía puesta la camisa. Avancé aturdido, siguiendo el sonido que volvió a repetirse. Mis pies frenaron en el piso al encontrarme con la silueta de una mujer que me daba la espalda. Pese al impacto que sentí al ver esa imagen, me acerqué de inmediato, con el corazón latiéndome desbocado por la sorpresa.

Me quedé sin respirar al comprobar que aquello no era producto de mi imaginación, en mi cocina había una mujer de pelo rubio, moviéndose con confianza y mi camisa puesta. Me llevé las manos a la cabeza queriendo frenar la punzada que me estaba torturando, punzada que se intensificó cuando ella volteó y pude ver su cara. Era la mujer del bar.

—Buenos días —sonrió—. Quería preparar algo de desayunar, pero no encontré mucho, ¿no tienes huevos?

En lo único que pude pensar fue en Camila cortándomelos cuando se enterara de lo que estaba pasando. No fui capaz de responderle, volteé y corrí hacia las escaleras para ir directo al baño, ignorando el repentino mareo que provocó que tropezara. Antes de que pudiera procesarlo me encontraba vomitando inclinado sobre el retrete.

—¿Estás bien? —escuché desde afuera.

Tosí mientras me ponía de pie, sintiendo como todo daba vueltas a mi alrededor y las manos me temblaban, escuchar la voz de esa mujer había intensificado mi malestar. Verla a través del espejo logró que el deseo de vomitar apareciera de nuevo. Me puse de rodillas a tiempo, vomité casi en el acto.

—¿Puedo ayudarte en algo?

Un par de minutos después me levanté una vez más del piso, me lavé las manos, los dientes, y la cara, pero la sensación de asco no desaparecía. Se acrecentaba a medida que era consciente la gravedad del problema en el que me encontraba.

—¿Qué haces aquí? —cuestioné horrorizado en cuanto pude hablar.

Ella sonrió y se encogió de hombros antes de alejarse de la puerta del baño. Verla caminar por mi habitación me provocó otra arcada que, pude controlar dejando de respirar por un par de segundos. Se sentó en la cama y entonces mi aturdimiento desapareció.

—Por favor, sal de aquí.

—Tienes un departamento muy bonito —comentó, ignorando lo que le había pedido. Se levantó de la cama y avanzó hacia la puerta del clóset—. ¡Wow! Esto es...

—¡No entres ahí! —La tomé del brazo con fuerza, obligándola a retroceder.

Comenzaba a recordar poco a poco lo que había pasado, por ello no encontraba una explicación a la presencia de esa mujer.

—Espera, ¿por qué no?

Se zafó de mi agarre para correr hacia el clóset, en donde se adentró ignorando mi grito y advertencias.

—Mira todos estos zapatos... ¡Me encantan! —gritó de repente, señalando unos lentes que se puso de inmediato—. ¿Me quedan bien?

—¡No toques nada! —Mi grito logró sobresaltarla, levantó los lentes de sus ojos, dejándolos sobre su cabeza.

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