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- Él va a morir... ¿Verdad? - Junkyu volteó mirando a Yedam que había preparado una taza de té para él.

- Si, majestad. Mañana en la hoguera, frente a todo el pueblo. - respondió.

Junkyu se recostó sobre su cama abrazando su almohada.

— Déjame solo...

— Junkyu...

— ¡Vete!

Yedam dejó la taza de té sobre un pequeño mueble y salió de la habitación del joven príncipe. Se dirigió a la habitación del otro, pero ni siquiera se molestó en entrar cuando escuchó pequeños sollozos intentando ser reprimidos.

— Lo siento, majestades. — susurró caminando hacia su habitación.

Junkyu se levantó cerrando las cortinas en la ventana, encontró ahí una flor de las tantas que Haruto le regalaba. Yedam había puesto sobre esta un hechizo para que no se marchitara, así que esa flor sería eterna.

Se sentó sobre su cama con aquella flor en manos.

— Haruto... — susurró entre pequeños sollozos.

¿Y si sucedía lo mismo con él? Su relación con Haruto iba más allá que de haber recibido una ayuda, él no sólo rompía las leyes jurídicas del pueblo, también las leyes puras del reino. El castigo a romper las leyes puras iba más allá de la hoguera, pues si eran descubiertos se eran sometidos a un profundo dolor y agonía, hasta que de la misma muriesen.

Si a Haruto le pasaba algo, sería su culpa.

— Pero desde ahora ya es mi culpa.... — susurró trayendo sus piernas hacia su pecho.

Era su culpa haber aceptado esos sentimientos. Era su culpa haber aceptado a Haruto aún cuando sabía que estaba mal, lo estaba poniendo en peligro, y sería su culpa si algo le pasara.

Debía terminar con esto antes de que no pudieran detenerse. Haruto era muy joven aún, él podría encontrar a alguien más y seguramente pronto se olvidaría de él, sería feliz al lado de alguien que si pudiera amarlo. Y en cuanto a él, estaría bien, condenado a amarlo y jamás tenerlo.

Haruto sólo estaría a salvo sin él, lejos de él.

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A la mañana siguiente Junkyu despertó antes que su hermano y que Yedam, volvió a tomar la piedra de benitoita de las cosas de Yedam y salió de la cabaña.

Yedam les había prohibido asistir a la ejecución de Suwoong, pero Junkyu quería estar ahí.

Caminó por el bosqué con la mirada perdida y los ojos hinchados. No importa que le dijeran, él estaría ahí, doliera lo que doliera.

— Junkyu...

Sus ojos se volvieron cristalinos al ver frente suyo a su amado.

Junkyu corrió hacia él abrazandolo y refugiandose entre sus brazos. Haruto no entendía qué le pasaba, sólo lo abrazó pidiéndole que respirara profundo y que se calmara para que le explicara lo que le sucedía.

— Acompañame al pueblo... — susurró. — Te cuento en el camino.

Junkyu le contó lo que sucedió con aquel guardia, que fue quien los ayudó a salir, sobre el carruaje que les dio y a lo que irían a hacer al reino.

OBEY - [HaruKyu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora