Introducción

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Narra Eva

Era el primer jueves de septiembre, estaba empaquetando todas mis cosas para despedirme de mi pueblo de toda la vida, por fin iba a perseguir mis sueños.

En unas horas, todos mis amigos llegarían a mi casa para cenar y decirnos el último adiós antes de irme.

Estaba nerviosa, ya que eso quería decir que empezaba una nueva vida, lejos de mi familia, de mi tierra y de los míos. Dejaba atrás Galicia, ese lugar que me había visto crecer. Me mudaba a Madrid ya que toda mi vida había deseado dedicarme a la interpretación y ahí tenía más posibilidades de conseguirlo.

Y unas horas más tarde, ahí me encontraba, en Atocha, rodeada con mis maletas y viendo a la gente yendo y viniendo a mi alrededor.

Salí a por un taxi, no sabía qué estaba pasando, pero no había ninguno disponible. De golpe, vi aparecer uno a unos 10 metros de mí. Fui corriendo, pero dos rubios, un chico y una chica, me apartaron y entraron a él. La chica, ya desde dentro, me hizo una señal de "perdón" con las manos, y el chico estaba mirando el móvil sin prestar atención a lo que estaba ocurriendo.

Inicialmente, no me enfadé demasiado, ya que la chica se había disculpado, pero viendo que iban pasando los minutos y la suerte no estaba de mi lado, decidí caminar hasta la primera parada de metro. Google Maps decía que tenía que coger el autobús y seguir 9 paradas en la misma línea.

Llegué, enfadada, pero llegué. Antes de subir a conocer a mis nuevos compañeros de piso, me senté en el portal a relajarme un poco. Les había conocido a través de una página web de alquiler de habitaciones y no quería que la primera imagen que tuvieran de mí, fuese con esa cara de cabreo. Creo que se llamaban Flavio y Bruno, realmente no le presté demasiada atención, ya que el piso se ubicaba en una buena zona, era económico y me pillaba cerca de la universidad.

Decidí llamar al timbre. Ellos en principio ya me estaban esperando. De hecho, llegaba 20 minutos tarde por culpa de dos rubios que me habían robado el taxi delante de mis narices, pero no quería seguir pensando en eso, así que cuando respondieron por el telefonillo, puse la mejor de mis sonrisas y con una dulce voz respondí.

Eva: Hola, soy Eva.


Me abrieron el portal en seguida, y vi que bajaron las escaleras para ayudarme con las maletas y todas las cosas que llevaba.

Bruno: Hola Eva! - Me dijo uno de los chicos con una enorme sonrisa que me transmitió mucha confianza. - Soy Bruno, encantado.

Flavio: Yo soy Flavio, un gusto. - respondió también sonriente mi otro nuevo compañero de piso.

Eva: Hola chicos! Gracias por bajar hasta el portal para ayudarme a subir todas mis cosas. Realmente me he llevado mi casa entera. - Respondí sincera y agradecida.


Subimos hasta nuestro piso, que por suerte era un primero, y me enseñaron todas las estancias de mi nuevo hogar.

Flavio: Mira Eva, aquí está tu habitación, puedes decorarla a tu gusto. El piso es de mis padres, así que no hay problema si te apetece cambiar algo.

Eva: ¿Tus padres ya no viven en Madrid?

Flavio: No, yo soy de Murcia, y cuando decidí mudarme a Madrid, mis padres prefirieron comprar un piso a alquilarlo.

Bruno: Todo un niño pijo, vaya. - Dijo riendo. Se notaba que tenían mucha confianza y que solamente le estaba picando.

Eva: Ah no, si yo no voy a juzgar nunca a alguien por las cosas materiales, sonará típico, pero pienso que lo importante está en el interior de las personas, y los dos tenéis pinta de tener un gran corazón.

Flavio: Bueno, bueno, eso ya lo irás descubriendo. Yo soy un cacho de pan, pero éste... - Soltó, descojonándose.

Bruno: Oyeeeee, que yo también soy un cacho de pan, a ver qué le dices a Eva, que no quiero que piense cosas que no son. - Replicó.

Flavio: Nada Eva, solo esperamos que te sientas como en casa. Puedes contar con nosotros para lo que necesites, ahora somos tu nueva familia. Te dejamos que te acomodes.

Eva: Muchas gracias chicos. - Contesté con una gran sonrisa


La verdad es que me habían parecido muy majos mis nuevos compis de piso. Tenía la impresión de que sería un gran año y que estas dos nuevas personitas que habían llegado a mi vida, me harían todo más fácil y agradable.

Una vez coloqué todas mis cosas y me instalé, bajé a cenar. Los chicos ya habían cenado porque era tarde. Me di cuenta de lo cansada que estaba después de ese ajetreado día, así que me despedí de los chicos y me fui a mi habitación.

Me tumbé en la cama, pensando en todo lo que había ocurrido desde que puse un pie en Madrid, y sin darme cuenta me quedé dormida en cuestión de segundos.

Siempre nos quedará MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora