Capítulo 37.

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Me levanté de la cama y fui a la ducha. Me dolía todo y aun no podía hacer mucho esfuerzo, pero ya me habían levantado el castigo y ya no tendría que tomar esas odiosas pastillas.

Ya la herida había cicatrizado casi del todo, pero aún no podía cantar victoria.

Camine por la habitación hasta mi vestidor y tomé unos jeans azules tallo alto y me asegure de que no apretasen la herida. Una camisa básica que combine con un suéter negro, tome unas bailarinas y deje mi cabello suelto que caía en ondas hasta un poco más abajo de mis hombros y me mire al espejo, volvía a ser yo.

Hoy iría al centro comercial con las chicas. Iríamos por nuestros vestidos para la fiesta de graduación. Después de su última visita vinieron todos los días después de ello y habíamos quedado en ir por los vestidos.

De Ben no había vuelto a saber nada y a pesar de haberle escrito mil veces he intentado llamarlo otras mil más -dejando mi dignidad de lado- no contesto ninguna de mis llamadas, ni siquiera por lastima. Estaba herido y yo lo sabía, pero venga, pensé que la inmadura era yo.

Le envié mil regalos para que me perdonase, cosa que sabía no lograría nada, pero quería llamar su atención, pero nada resultó y después de mi última huida de casa me tenían mucho más vigilada que nunca, y Ben nunca dio su brazo a torcer.

Y no voy a mentir me dolió en todos los sentidos porque yo lo quiero, nunca mentí respecto a mis sentimientos, pero él al parecer si, pues no dudo en olvidarse de mí y todo lo que conllevaba. Y los chicos no soltaban prenda de su paradero. Suspiré. Le di un poco de color a mis mejillas que debido al encierro estaba más pálida de lo normal y salí de la habitación no sin antes tomar mi bandolera con tarjetas y efectivo.

Si, efectivamente volvía a ser yo.

Baje con mucho cuidado, teniendo mucho cuidado de no lastimarme más de lo estrictamente necesario.

—¿Estarás bien? — preguntó papá apenas entre en la cocina.

—Estaré bien, papá.

—¿No quieres que uno de los choferes te lleve?

—Puedo conducir, papá —no me perdería esta libertad que no sentía hace mucho tiempo, además uno de los guardias seguramente le dirá lo que haré antes de ir con las chicas.

—Ya déjala, Josh —dijo Lilly entrando a la habitación— ¿Que harás cuando se marche a la Universidad?

—¿Universidad? —papá miro a Lilly como si de un niño pequeño se tratase.

—Si, Josh.

—Vale —me despedí de ellos y tomé las llaves de mi auto— conduce con cuidado —yo asentí.

Una vez en mi auto, lo encendí y pise el acelerador, me adentre en el camino y conduje durante treinta minutos a mi primera parada del día.

El hospital era una estructura enorme, con cristales a que a la luz del sol se tornaban azules y su estructura era completamente blanca, me adentre en el estacionamiento y baje del auto, cuando llegue a recepción, fue la verdadera proeza, pues no me dejarían entrar, pero me las apañe y subí al ascensor hasta el piso de UCI ¿El problema? Que una vez allí, también había una recepción.

Bueno tendría que jugármelas todas.

La secretaria era una chica, no mucho mayor que yo, menuda y de cabellos castaños que le llegaban hasta la cintura, pero que llevaba perfectamente recogido en una cola de caballo con ondas en las puntas.

Los Colores de una Mentira ©®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora