Capítulo 24.

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Capítulo editado.

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RODRIGO

Ante sus palabras quedé completamente de piedra, mirándola de forma perpleja, lleno de estupefacción. ¿Me estaba vacilando? ¿Estábamos en una película barata de terror? Permanecí mirándola en silencio, esperando el momento en que me dijera que estaba de guasa como era costumbre en ella, pero ese momento no llegaba, haciendo que comenzara a sudar de nerviosismo. La inocencia de su rostro lleno de preocupación me bombardeaba esperando alguna clase de reacción por mi parte; tuve que tragar saliva para encontrar incluso mi voz, la cual sentía en aquel momento perdida.

- No me lo puedo creer...- Dije con completo asombro, para luego hacer una mueca.- ¿Qué es un licántropo?

Sus ojos cristalinos como el claro cielo azul, se posaron sobre mí con cierta gracia ocultada en ellos, mientras, ese punto brilloso en ellos, volvió a recordarme al reflejo de la luna sobre el agua, desviándome por un segundo de nuestra extraña conversación. Parpadee repetidas veces, a la vez que ella también lo hacía, agitando sus curvilíneas pestañas como si de un abanico se trataran; volví a la realidad al instante en que su fina pero fuerte voz, se hizo presente.

- Sí sabes lo que es.- Me reclamó.- Una película hizo una mala imitación de nosotros, bueno, como todas; y nosotros la vimos.

Apreté los labios.

- ¿Me estás diciendo... que eres un hombre lobo?- Agité la cabeza.- Digo, ¿Una mujer loba? No sé si siquiera lo digo bien.- Resoplé, hablando con confusión.

- ¡Qué manía! No son lo mismo.- Soltó, agitando los brazos, llena de indignación.- Vale, al principio yo también los confundí, pero ¡Es obvio! Hay muchas diferencias entre ambos.

- Bueno, contando con que yo no sabía nada...

Me interrumpió.

- ¡Ya, ya, ya! Perdón, no puedo exigir que lo supieras.- Se mordió la punta de la lengua de forma infantil, pero se obligó a sí misma a volver a ponerse seria.- Pongámonos serios, esto no es como hablar del clima, o de la comida; puedo comprender que no quieras que sigamos hablando de esto, o que...

Toqué con la yema de mis dedos su mejilla, sobresaltándola y acallándola. Cuando se ponía nerviosa siempre hacía tonterías, a pesar de que siempre las hacía, pero la conocía tan bien, que sabía que cada vez estaba hiperventilando más. Necesitaba relajarse.

- Esto es tan complicado como lo soy yo, pero de forma diferente.- Me encogí de hombros.- Sólo que encontrar personas así, se ve cómo algo más normal que... bueno, lo tuyo.

La vi pasar saliva.- ¿Me crees?- Preguntó en un susurro, observándome con sus ojos repletos de sinceridad y preocupación.

Esta vez fui yo quien tragó saliva. Me era tan complicado creer algo así que... pero era ella, era Daniela; ella nunca me mentiría, y nunca lo había hecho. ¿Pero ella ser un ser... así? Suspiré lentamente sin poder dejar de mirarla.

- Supongo.- Hice una mueca.- Aunque es algo... abrumador.

Daniela soltó un lento suspiro de alivio, regalándome una de sus suaves sonrisas, mientras de su garganta nacían unas cuantas risas.

- ¡Lo sé! Es de locos. Pero puedo mostrarte y creerás de verdad.- Me dijo, con ilusión. Se levantó de un salto, tendiéndome su mano.

Con torpeza cogí su mano, a la vez que ella no dudaba un segundo en tirar de mí para levantarme del sofá como si fuera un peso pluma. La sonreí con los ojos bien abiertos, creo que también me había estado ocultando su fuerza. Me dejé guiar por ella hasta que llegamos al jardín trasero de la casa, en donde sin soltar mi mano, miró al cielo por unos segundos, luego a cada árbol que había ante nuestros ojos, esos que indicaban el inicio del bosque. Daniela los miraba como si fueran lo más especial de su vida. Nunca comprendí el tremendo amor que tenía hacia la naturaleza, quiero decir, a mí también me gustaba, pero Daniela la miraba como si fuera otra parte de ella misma. No pude evitar sonreír al ver el brillo en sus ojos azules que siempre le aparecía al encontrarse cerca de aquella espesura verde.

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