Capítulo 33.

2.4K 186 5
                                    

Aún quedan capítulos por subir.

Capítulo editado.

~•~•~

Mis pupilas siguieron deslizándose por aquel papel antiguo sin descanso, leyendo, estudiando y analizando cada párrafo. La historia más antigua acerca de los licántropos, antes siempre llamados hombres lobo haciendo que la distinción entre haber nacido licántropo y ser convertido no existiera para los que lo escribieron en la Edad Media, concretamente la proporcionó Ovidio, un pensador romano hace pocos años a.C., en su Metamorfosis. Aquellas hojas decían que, puntualmente, la historia de Licaón, rey de Arcadia, para probar su audacia engañó a los dioses durante un banquete y les dio de comer carne humana. Como castigo, Zeus lo condenó a convertirse en lobo. Tras aquello así relató Ovidio aquella lobuna metamorfosis:

- Frustra conata loqui. Quo reserato, ut ex ore illorum, et dimisit spumam. Sitiret, siti cruciatus, sed sanguine saginantur et boves. Et vestitus pilis membris validis crura lupus lineamenta humani voltus tamen nullo lucent oculi truces iras considerationes.- Leí para mí misma en un tono bajo.

- ¿Entiendes latín?

No me tomé la molestia de mirar hacia la puerta de mi habitación, dándola a entender que sabía de su presencia ahí desde hacía ya unos minutos en los que me acechaba como si realmente que se le diera bien ser sigilosa pudiera hacer que se escondiera de mí o me sorprendiera distraída. Desde hacía menos de una semana que mi mente no podía dejar de explosionarme y torturarme, así que ella ahora no iba a conseguir alterar alguna de mis emociones ahora.

- Comencé a estudiarlo hace tiempo.- Dije con sequedad.- "En vano trató de hablar. Desde ese preciso instante sus mandíbulas se ensancharon y lanzaron espuma. Tenía sed, una sed atroz, pero solo de sangre, y se cebó en los rebaños. Sus ropas se transformaron en pelos, sus miembros en fuertes patas: un lobo, cuyas facciones aún conservan rasgos humanos, aunque sus ojos brillan salvajemente, reflejos de ira.", eso significa lo que he leído.- Contesté a la duda que rondaba por su mente.

Joanna simplemente se cruzó de brazos, entrando lentamente para acercarse a mí con una preocupación tan palpable que me hizo fruncir el ceño con desagrado. Yo estaría insoportable, pero los demás mucho más. Mi prima me llamó suavemente, pero seguí leyendo con intención de no dejar que mi mente volviera a la realidad y ella se marchara.

Plinio, un escritor, científico, naturalista y militar latino que realizó estudios e investigaciones en fenómenos naturales, etnográficos y geográficos también retrató a otro hombre lobo clásico de la antigüedad, más precisamente a Evantes, que en las fiestas de Júpiter Liceo, en Arcadia, comió carne humana. Víctima de esa locura pasajera, producto de los excesos, se transformó inmediatamente en licántropo. Júpiter se apiadó de Evantes, y le propuso que si no probaba carne humana durante nueve años regresaría a su forma habitual. Plinio, sin embargo no finalizó la historia, pero Agriopa comentó que Evantes fue, de hecho, una especie de hombre lobo vegetariano durante nueve años. Pasado ese lapso, regresó a su forma humana e incluso participó con gran éxito en una especie de Juegos Olímpicos de aquella época. Lo cierto es que convertirse en lobo en la antigüedad clásica no era algo inusual, y mucho menos increíble. Los dioses también participaban activamente en toda clase de metamorfosis. Zeus, por ejemplo, se transformó en toro y en cisne, casi siempre para conquistar el corazón de una mortal; Hécuba se convirtió en un perro; Acteón en ciervo, y hasta los compañeros de Ulises se transformaron en cerdos mientras las robustas hijas de Preto correteaban por los campos convertidas en vacas.

Repentinamente cerré el grueso y viejo libro provocando que Joanna pegara un pequeño bote de sobresalto mientras seguía observándome a un lado mío del escritorio. Miré la blanca pared frente a mis ojos como si fuera ella la culpable de escribir hace siglos aquellas barbaridades sobre los que son de sangre lupina o han sido convertidos. Pero no era sólo eso lo que me hacía rabiar, sino el pensar qué motivo pudiera tener mi padre para guardar esta clase de libros en su habitación. Cuando mi nombre fue pronunciado a saber si cuarta o tal vez novena vez por los labios de mi prima, solté un gruñido bajo clavando mis ojos ahora amarillentos, intimidándola y que tragara saliva cuando me levanté de la silla con más lentitud del considerado normal.

GaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora