Capítulo 34.

2.4K 166 8
                                    

Ahora que tengo todo solucionado, ¡empezaré a subir los capítulos editados que faltan!

¡FELIZ AÑO 2018!

Capítulo editado.

······

Miré las cercanas ramas de árboles pasar encima de mi rostro y sonreí cuando un aire cálido me hizo entrecerrar los ojos, trayendo consigo el aroma de las resecas hojas del otoño. Posé mis manos encima de la cabeza de mi padre, tranquila de saber que él me sujetaría siempre las piernas contra su pecho para que no pudiera caer de sus hombros y me hiciera algún daño. Mark pasó la yema de sus pulgares por mis rodillas, llamando mi atención para que me asomara a un lateral de su cabeza para poder alcanzar a ver su perfil cuando me hablara; y así lo hice.

- Intenta tocar sus ramas, mi niña. Alza tus manos hacia el cielo.- Me animó, fijando sobre mí sus brillantes ojos azules.

- No creo llegar a ellas aún.

A pesar de pensar aquello, le hice caso y los elevé hacia arriba, al estirarme con un poco más de esfuerzo me mordí la lengua como si así pudiera conseguir mi objetivo de mejor manera, pero mis brazos aún eran cortos. Sin embargo, acaricié las ramas de los árboles por donde mi padre pasaba bajo ellos.

- Te dije que podrías.- Soltó Mark entre risas.

- Las ramas se acercaron a mi mano como yo me acerqué a ellas. Me pasó lo mismo con una flor el otro día, pero no me escuchaste porque estabas hablando por teléfono.- Murmuré, bajando mis brazos cuando el último árbol quedó atrás a medida que nos acercábamos al lago que había cerca de nuestra casa.

Dejé que sus grandes manos se posaran bajo mis axilas para alzarme al aire, dejándome en el suelo con cuidado. Se puso de cuclillas para estar a mi altura y tocó mi nariz juguetonamente como otras veces hacía solamente para ver cómo arrugaba mi rostro en un gesto de fastidio. Siempre le había hecho reír aquello, esta vez mostró una dulce sonrisa.

- Claro que escuché, pequeña titi.- Se burló, yo hice un berrinche con los labios.

- ¡No soy un mono, idiota!

- Qué palabra tan fea para una boca tan bonita.- Me regañó, negando la cabeza.

- Bueno... ¡tú eres más mono que yo!- Dije, rectificándome de la anterior frase.

- Los insultos monunos están mejor para ti.- Aprobó con una sonrisa, cogiendo mi cabeza y plantándome un enorme beso en la mejilla.

- La palabra monunos no creo que exista, papá.- Le dije, sin poder dejar de reír.- Pero vale, me gusta así.

Mientras disfrutaba escuchando nuestras risas, observaba un pequeño bulto en el lago que parecía chapotear cada vez con más lentitud, como si le costara hacerlo. Aquello no parecía un pato, y mucho menos se trataba de un pez. Mis risas fueron silenciándose a medida que me acercaba a la orilla para poder distinguir mejor de lo que se trataba; era un diminuto pájaro cantor común de aquel bosque.

- ¡Un gorrión se está ahogando!- Grité horrorizada, corriendo al agua sin pensar en el fresco otoñal que hacía ni en lo calada que quedaría mi ropa después de aquello. Pronto alcancé al pájaro y con mis dos manos lo saqué del agua, acariciando sus plumas de diferentes tonos castaños ahora húmedas.- Ya estás a salvo. Despiértate.- Pedí al pequeño animal, observando sus ojos cerrados y su cuerpo inerte, buscando alguna señal de movimiento. Mis ojos se llenaron de lágrimas; había llegado tarde.- Tienes que seguir volando y cantando, el bosque aún te necesita.- Seguí susurrando con ternura, acercándolo a mi rostro para que me oyera allá donde se encontrara aún su alma. Mi respiración se hizo más densa a medida que seguía mirando al gorrión, y en un momento en que solté un largo suspiro de tristeza, su pequeño pecho se infló y sus ojos se abrieron, levantándose torpemente para sacudir sus plumas antes de comenzar a piar con alegría.- ¡Mira papá, sólo estaba descansando!

GaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora