Capítulo 28.

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Capítulo editado.

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Podía ser que para un licántropo, el que un humano fuera el mejor compañero de aventuras, fiestas, risas y lágrimas que se pudiera llegar a tener, sería completamente una locura. Seguramente, yo también pensaría exactamente lo mismo si no fuera porque esa humana que se había ganado hacía años mi cariño y amistad me había demostrado desde el primer momento lo que era que tuvieras a alguien para cualquier cosa, cualquier situación. Decían que los amigos eran los mejores refugios. Tenían toda la razón. A pesar de lo cuán diferentes que llegábamos a resultar la una de la otra, nos queríamos y cuidábamos como si de hermanas nos tratáramos. Era por eso mismo que estaba corriendo todo lo que mis piernas me permitían y soportaban, a pleno Sol del mediodía. Laura me había contactado hacía una media hora en medio de un terrible llanto que a penas me permitía distinguir sus palabras, por lo que acudí llena de preocupación en su busca. A pocos metros de llegar a su casa, mis ojos se abrieron por demás al presenciar una discusión entre mi mejor amiga y un chico moreno, haciendo que mi paso se detuviera bruscamente antes de llegar a ellos. No entendía exactamente lo que estaba ocurriendo.

- ¿Te largarás? ¿En serio? ¡Cómo puedes ser tan imbécil!- Escuché gritar a Laura, que le miraba con lágrimas en sus mejillas pero con odio en su mirar.

- ¡Claro que me voy! No voy a responsabilizarme de un error estúpido.- Le contestó grotescamente el chico.

- ¿Un error?- Más lágrimas salieron de los ojos de mi mejor amiga, haciendo que me entraran ganas de pegar un puñetazo al tipo que hizo que estuviera en aquel estado.- ¿Eso es lo que es para ti, en serio, Will?

- Sí, y no quiero saber nada si algo ocurre.- Dijo por último, para luego adentrarse en un coche e irse de allí.

- ¡Will!- Le llamó Laura.- ¡Por favor!

Le seguí con la mirada hasta que desapareció por una calle, alejándose de allí como un cobarde. Sin perder más tiempo, avancé a trompicones hacia Laura, que al verme soltó un sollozo mientras caía en mis brazos en busca de apoyo y cariño. La abracé fuertemente, repartiendo suaves besos en su coronilla para que se tranquilizara, pues se había hecho un ovillo en medio de la calle, teniendo que prácticamente arrastrarla al interior de su casa hasta sentarnos en uno de sus sofás, donde mantuvo ocultando su rostro en mi regazo hasta que terminó de desahogarse todo el tiempo que quiso.

- ¿Quieres un vaso de agua?

Al verla asentir, me levanté dirigiéndome hasta su cocina, donde llené un vaso de una botella que guardé nuevamente en la nevera, llevándolo hacia el mismo sitio donde un par de minutos atrás dejé llorando a Laura. Su rostro se encontraba enterrado entre las palmas de sus manos, dejándome escuchar sus débiles sollozos que provocaban un hipo que sacudía su cuerpo de vez en cuando. Me destrozaba el corazón verla en aquel estado, más aún cuando ella no se trataba de las chicas que lloraban seguido por cualquier cosa y menos por un hombre, algo que hacía que me preocupara mucho más. Volví a sentarme a su lado rodeando con uno de mis brazos su espalda con ternura, indicándola que estaría a su lado todo el tiempo que fuera necesario, apoyándola. Sus temblorosos dedos sujetaron el cristal inestablemente, llevándoselo a la boca para dar grandes tragos mientras sus lágrimas seguían rebalsándose de sus aguosos ojos, los cuales se veían ahora más verdes que marrones; se acabó el agua y cogió una enorme bocanada de aire, como si aquello la hubiera devuelto un pedazo de vida.

- Llamaré a un restaurante chino para pedir comida.- Dije, sacando mi teléfono, pero su mano agarró mi muñeca al oírme.

- Mis padres no deben saber nada. Si comemos juntas sabrán que pasa algo y es lo último que necesito.

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