Capítulo 41.

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Capítulo editado.

·······

Un sobresalto provocó que mi tronco se despegase del blando colchón y mis párpados se extendiesen hacia arriba para permitir que mis ojos observasen alertas cada rincón de la habitación en penumbras. Pasados unos segundos, con el corazón latiendo más pausadamente, volví a dejarme caer en la mullida cama con suerte de seguir adormilada, pero de nuevo aquel mismo estruendo que me despertó hizo abrir de nuevo mis ojos por haberlo apreciado mejor ahora; eran disparos. Rápidamente me levanté de la cama y una vez subidas las persianas, desplegué la ventana de par en par, saltando con una sutil agilidad al húmedo césped por el rocío de todas las mañanas, en busca de la procedencia de aquellos disparos que seguía escuchando cada poco tiempo, alterándome desde la temprana salida del Sol. Al caminar descalza un poco más adelante, al jardín trasero, ojeteé la espalda tatuada de un muchacho que reconocería en cualquier circunstancia y en cualquier lugar, apuntando con una Colt a unos rectangulares troncos a varios metros de él mientras la mujer rubia le daba algunas indicaciones.

- ¿Pero qué coño estáis haciendo?

Rodrigo soltó un gritillo del susto, haciendo que el disparo no fuera hacia uno de los troncos sino hacia una pelota de mi cachorro erróneamente, a lo que vomitó varias maldiciones entre dientes, llevándose una colleja de Anna como regaño. Luego, ésta última mencionada se acercó a mí con una cálida sonrisa para recibirme con un beso en la coronilla.

- ¿Cómo te encuentras?- Preguntó ignorando la mía, algo que hacía de forma habitual.

- Estoy bien, mamá.

- Nosotros también entrenamos a nuestra manera. ¿Cómo crees que sabremos pelear y manejar armas cuando llegue el momento adecuado?- Me respondió finalmente, mi pareja. Se acercó a mí con una sonrisa de lado a sabiendas de que mis ojos recorrían su desnudo torso a pesar de que ya me lo supiera de memoria, dándome un beso en los labios.

- ¿Hacéis esto todas las mañanas?- Cuestioné, mirando las armas que descansaban en la mesa del porche.- Como os viera alguien de fuera...

- Y que vieran una manada de lobos gigantes sería más normal, ¿cierto?- Murmuró Rodrigo sarcásticamente, entre risas.

Le saqué la lengua, sonriendo pícaramente cuando acercó su rostro al mío.- De acuerdo, lo pillo, no soy la indicada para quejarme.

- Tortolo, déjala en paz.- Le ordenó su suegra, consciente de lo romanticones que podíamos ponernos.- Vete a desayunar, hija, tienes que coger fuerzas después de pasar dos días durmiendo.

- ¿Qué?- Mis ojos se abrieron sorpresivamente.- ¿Cómo que dos días?

Mi madre me empujó por la espalda suavemente para que entrásemos a la casa mientras que Rodrigo se quedaba en el jardín, cambiando su arma por dos pistolas más pequeñas en cada mano, las cuales se ajustaban a ellas como si estuvieran hechas para llevar armas, disparando al blanco que les tenían dibujados por unos espráis, dando en el blanco todas las veces. En la cocina le volví a insistir con la misma pregunta a Anna, quien calentaba el desayuno que ya me tenía preparado.

- Después de regresar con los gemelos de vuestro encuentro con el segundo al mando de Darks te desmayaste, ¿recuerdas? Has pasados dos consecutivos días recuperándote después de agotar tanto la energía de tu poder. ¿Cómo se te ocurre usarla cuando aún tu cuerpo no puede soportarlo?- Me riñó con seriedad, mientras me miraba desayunar.

- No tuve más remedio. Nuestras vidas se pusieron en juego, pudiendo servir de ayuda no iba a quedarme para ver cómo le cortarían la cabeza a Leo, se desharían de Al y a saber qué harían conmigo.- Me justifiqué, sabiendo que tenía razón.

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