Capítulo 42.

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Capítulo editado.

·······

Los entrenamientos se habían convertido con el tiempo en la actividad favorita de mis rutinas diarias, de las que ya no me veía dos días consecutivos sin tener al menos dos horas de entrenamiento, ya fuera con Hugo o con Jerry, aunque prefería mil veces con la primera persona mencionada. Sin embargo, en los últimos días había estado más ausente de lo habitual a consecuencia de querer estar gran parte de ese tiempo que antes pasaba conmigo o junto a la manada con Micaela, pero no estaba enfadada, tal vez el hecho de haber estado toda mi vida junto a él y que ahora hubiera llegado finalmente su alma gemela causaba en mí ciertos celos típicos por haber sido tan dependiente de mi hermano mayor. De todas maneras ya comenzaba a hacerme a la idea, aunque tampoco me parecía correcto estando en su posición de líder. Escuchaba cómo salía todas las mañanas de casa cual adolescente hormonado para verla un tiempo antes de tener que volver para acudir a los entrenamientos, cuando por las tardes también se iba para estar con ella, como si no tuviera más obligaciones. De hecho, en pocas ocasiones la había vuelto a traer a casa, sólo casos excepcionales y poco tiempo, aún cuando habíamos actuado de manera correcta abriéndole las puertas de nuestra casa e incluso de la manada para que se sintiera acogida, pero Hugo parecía hechizado por la impregnación y la quería solamente para él.

Llevaba más de una hora entera despierta en la cama, pero ni siquiera había amanecido aún, así que Rodrigo, que algunas noches las pasaba conmigo, continuaba tan dormido como un baboso y tierno bebé. Al acercarme al espejo de mi habitación, acaricié mi piel desnuda, aún rasposa y algo sensible por el veneno del Riftia de una semana atrás, el cual provocó que estuviera cerca de dejar de respirar, tal y como creía que ocurriría finalmente. Sin embargo, con la ayuda de Jerry y de Maya ya me encontraba mucho más recuperada. Me di una ducha fría para disminuir la temperatura de mi cuerpo, me vestí con una falda de flores que ocultaba el traje de entrenamiento y después de desayunar acompañada del pequeño firisse, Mus, subí al cuarto cerrado de mi padre. Quería almacenar en mi memoria toda la información posible antes de comenzar la Universidad y no tener tanto tiempo para leer esta clase de libros como ahora. Como sabía que ocurriría, a media mañana Jerry se presentó en la sala con cara de haberse levantado de mal humor, aunque qué decía, si siempre tenía esa clase de cara.

- No te has presentado para el entrenamiento.

- Entrené ayer.- Me defendí sin mirarle, moviendo los pies encima de la gran mesa mientras Mus saltaba de uno a otro.

- ¿Y?

- Que fue domingo. Hice la excepción, así que hoy descansaré por mucho que me entristezca no pasar toda la mañana con tu increíble sentido del humor.- Murmuré, sarcásticamente. Le sonreí con burla cuando él frunció el ceño.

- ¿Me estás jodiendo?- Gruñó entre dientes.- Ya tuvimos la charla sobre tus responsabilidades, niña.

- ¡Exacto!- Alcé la voz, soltando el libro sobre criaturas infernales que leía.- Niña, eso es lo que soy. Tengo y tendré responsabilidades, muchas, lo sé. Me queda menos de un mes para ser universitaria por unos cuantos años, no estoy montando una fiesta cuando mañana es mi cumpleaños, no, porque estoy aquí estudiando, ya que si no estoy con libros estoy entrenando, así que no me vengas con esa chulería de nuevo, porque realmente estoy agotada y no quiero oír tu puta voz amargada.

Antes de volver a poder alcanzar de nuevo el grueso libro, Jerry ya lo había tenía en sus husmeadoras manos. Sin decir nada, lo abrió y se sentó en una de las dos sillas que había frente la mesa. Tragué duramente saliva mientras recuperaba el aire tras quitarme aquel peso de encima de golpe, sin importarme que él me hubiera ignorado.

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