Capítulo 25.

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Capítulo editado.

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Unos grandes brazos me sorprendieron agarrándome de las axilas para alzarme al vuelo, dejándome colgando como si me tratara de cualquier gatillo al que cogen por el pescuezo. Y yo era una loba hecha y derecha, no podían tratarme así. Me removí violentamente, pero otro par de brazos me sujetaron las piernas para que me mantuviera inmóvil.

- ¡Pero quién os creéis que sois, par de inútiles!- Les grité, echa una furia.

- Yo no soy la que está atrapada sin poder hacer nada por remediarlo.- Soltó el que me alzaba al aire.

Ambos hombres se carcajearon ante mis narices, burlándose de mí.

- ¡Soltarla, cobardes!- Vociferó Rodrigo, preparado para atacar; con los puños cerrados e irradiando furia por doquier.- Ella no tiene nada que ver en esto, Landro.- Dijo con rabia, mirando a un hombre cerca suyo, que observaba todo como si aquello fuera un circo.

- Tienes una chica con los cojones bien puestos.- Dijo mirándome, acabando por encogerse de hombros.- Me cae bien.

- ¡Pues tú a mí no, viejales!- Volví a alzar la voz, cada vez con más angustia por no poder moverme.

Se rió como si acabara de contarle un chiste, dejando a la vista sus paletos de oro, golpeando en el suelo su bastón con la cabeza de caballo, como si así pudiera tranquilizar sus risas. Fingió secarse un par de lágrimas falsas, y volvió a mover su bastón, esta vez hacia nosotros, haciendo que sus dos hombres me liberaran de sus agarres de forma inmediata. Caí al suelo estrepitosamente, soltando un quejido; me levanté sobándome mis doloridas nalgas, fulminando a los hombres con la mirada.

- Bestias sin pelo.- Murmuré, sin importarme que pudieran oírme.

Estos, hicieron el ademán de venir hacia mí, pero su jefe se lo impidió con un sonido nasal.

- Es increíble la de tan humorísticos insultos que tienes, muchacha.- Me dijo, con voz serena. Luego, golpeó con la barra de su bastón el pecho de Rodrigo, provocando que dejara de andar hacia mí y perdiera aire por un momento.- Aún no hemos terminado, no seas maleducado.- Volvió a mirarme.- ¿Por qué me resultas familiar?

Fruncí el ceño ante eso.

- Y yo qué sé.- Escupí, sin humor.- Hemos venido para entregar el dinero, no para hablar.

- Cierto.- Alzó sus grisáceas cejas, y dirigió su mirada a Rodrigo.- Ahora sí puedes ir.

Rodrigo, cada vez más enfadado, caminó tensamente hacia mí, y antes de que cogiera el sobre que yo había guardado durante el trayecto para que no se perdiera, acarició mi mejilla con suavidad. Miré sus furiosos pero preocupados ojos, y cuando cogió el sobre, acaricié con mi pulgar el dorso de su mano, intentando transmitirle tranquilidad de alguna manera. Tras un suspiro de su parte, caminó de nuevo hacia Landro –Como Rodrigo lo llamó-, entregándole el sobre. El susodicho hombre lo cogió y abrió, contando el dinero lenta y tranquilamente, sin ningún tipo de prisa, haciéndome rabiar.

- Está todo. Muy bien.- Dijo después de unos minutos. Al alzar su mirada, nos miró intercaladamente.- Pero el otro día... tú,- Me apuntó.- hiciste que mis hombres no completaran su trabajo mandado.

Miré a mis costados al oír como aquellos dos hombres se cascaban los nudillos y los cuellos, soltando unas macabras risas mientras se acercaban lentamente hacia el tatuado, que los miró sin una pizca de miedo; pero le di una patada en la espinilla a uno de ellos, haciendo que sus ojos se abrieran por demás y comenzara a saltar a la pata coja, con dolor.

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