Capítulo 13; El diario Secreto.

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Caminaron en silencio, doblaron una esquina, y ella se paró ante una gárgola de piedra grande y extremadamente fea.

–¡Sorbete de limón!– dijo la profesora.

Se trataba, evidentemente, de una contraseña, porque de repente la gárgola revivió y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se abría en dos. Incluso aterrorizado como estaba por lo que le esperaba, Harry no pudo dejar de sorprenderse. Detrás del muro había una escalera de caracol que subía lentamente hacia arriba, como si fuera mecánica.

Harry volteo a ver a su madre. –Tranquilo, cariño... Solo vamos con el director Dumbledore.

Al subirse él, Lily y la profesora McGonagall, la pared volvió a cerrarse tras ellos con un golpe sordo. Subieron más y más dando vueltas, hasta que al fin, ligeramente mareado, Harry vio ante él una reluciente puerta de roble, con una aldaba de bronce en forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila.

Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta.Ésta se abrió silenciosamente y
entraron. La profesora McGonagall pidió a Harry y a Lily que esperaran y los dejó solos.

Harry miró a su alrededor. Una cosa era segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho, el más interesante. Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsado del colegio, habría disfrutado observando todo aquello.

–No van a expulsarte– dijo su madre, presionando suavemente su hombro. –, no hiciste nada malo.– Su tono de voz mostraba tanta seguridad, que quiso creerle, realmente quiso creerle.

Prefirió seguir observando el lugar. Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto, era el Sombrero Seleccionador.

–El sombrero no mostró ninguna duda cuando me envió a Gryffindor...– susurro Harry, haciendo a Lily pararse frente a él, aun sin quitar sus manos de sus hombros.

–Harry... No eres el heredero de Slytherin. ¿Creer que tu padre te lo hubiera ocultado?, ¿crees que yo te lo hubiera ocultado?

No le respondió. Volteo a mirar detrás de la puerta, sobre una percha dorada había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado. Harry lo miró, y el pájaro le devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras Harry lo miraba, se le cayeron otras dos plumas de la cola.

Lily suspiro, ya sabia que había perdido toda la atención de su hijo, quien estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaba con ellos en el despacho, cuando el pájaro comenzó a arder.

Harry profirió un grito de horror y retrocedió hasta el escritorio. Buscó por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno. El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo. Lily rió, y él no supo porque.

La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.

–Profesor– dijo Harry nervioso –, su pájaro… no pudimos hacer nada... acaba de arder…

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