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[Alicia]

Había pasado exactamente una semana desde el accidente y tal cómo dijeron hoy le retiraban el tubo de oxígeno, era un día exigente, no estuve con ella en toda la mañana, ya que tuve que dejar a Anais en la escuela y por el llamado de la dirección tuve dar un par de clases pero ya había pasado la hora de almuerzo y podía ir a verla, al fin y cuando dije que no me separaría de ella, lo decía en serio.

Cuando llegue al hospital fue aliviante saber que por fin iba a verla, entre a su habitación con una caja de chocolates en mis manos, ni siquiera sabía si podía comerlos después de la intubación pero aún así los traje. Mi vista se fue hacía aquellas personas que estaban dentro de la habitación una de ellas era Mónica, los demás supuse que eran sus padres por la expresión demandante que me dieron, Mónica abrió sus ojos sorprendida al igual que yo. – ¿Tu eres? – Dijo aquel hombre, sacudí levemente mi cabeza saliendo del trance. – Alicia Sierra – Respondí sin saber que decir concretamente, no sabía cómo escudarme en esto. – Ya, ¿Quien eres? – Pregunto nuevamente, Mónica me miró en pánico. – Soy... La maestra – Mierda. – Escuche lo que había ocurrido y no dude en venir a verla – Hubiese sido más acertado decir que era la mismísima parca que venía a buscarla antes de aclarar que era su maestra. Ambos se miraron extrañados y ahí fue cuando caí en conclusión que nada bueno vendría de esto, la mujer se levantó y jalo mi muñeca hasta la salida dejando la vista completa de nuestra próxima discusión. – Déjame entender – Dijo con su mano en la frente – Tu eres la maestra que... – Trago saliva mientras intentaba conseguir las palabras, no sabía que decir, estaba completamente en blanco. Intercambiaron un par de señas y miradas hasta que el señor vino hasta nosotras. – ¿Que hace usted aquí? – Pregunto aquel señor. – Ya lo había dicho, me había enterado de lo que pasó y quise– Y cortaron mi terrible explicación, un bufido que me hizo detener mi habla, la mujer estaba con sus ojos llorosos. – Ya la viste, puedes irte – Dijo con total frialdad, trague saliva mientras asentía pero no quería dejarme perder tan fácil. – ¿No puedo entrar a la habitación y verla... Mejor? – Pregunte mientras el padre cubría mi vista hacia Raquel, la mujer negó con su cabeza y se acercó quedando frente a mi. – Deberías de agradecer que no estoy llamando a los guardias – Dijo con una desagradable voz, estaba completamente extrañada y aterrorizada a la vez. – Sinceramente usted me da asco– Dijo el hombre captando mi atención. – Y si no se va llamaré a alguien – Dijo el padre y ahí fue donde entendí. – Guías a nuestra hija a un sucio camino y luego vienes aquí, cómo si lo tuyo fuera normal – Dijo Mariví subiendo su tono – Ahora, te vas a ir y nos vas a dejar tranquilos – Dijo el hombre, miré la caja de chocolates para tener una distracción entre toda esa cansadora discusión y sus voces fueron más repetitivas hasta que esa voz tan distintiva hizo que la tensión desapareciera. – ¿Dónde está? – Pregunto Raquel con su voz débil, Mónica preguntaba de que persona hablaba y sus padres estaban anonadados por su despertar. – Alicia... – Volvió a hablar, abrí la puerta para que pudiera verme, ya que estaba casi segura que aquel gran hombre no me dejaría pasar. Raquel me miró de inmediato y una débil sonrisa se dibujó en ella, con su mano dio leves palmadas a la cama, intenté entrar pero el brazo de aquel hombre detuvo mi camino. – No creo que hayas entendido – Dijo, lo miré canalizando mi paciencia en una acción, tal cómo una niña pequeña pasando entre toda la gente que la superaba de altura, pase así por debajo de su brazo. Mónica tomó cómo una señal que debía irse y así fue, dando una corta despedida a todos. Las miradas de ambos estaban en mi pero yo miraba a Raquel que estaba bien, con sus ojos abiertos y respirando por si sola, había dicho mi nombre un segundo y lo sentí lo más reconfortante de la semana. – Me encantaría que me dejaran sola... con Alicia – Dijo Raquel aún con dificultad, trague saliva, unas quejas se escucharon pero al final cerraron la puerta dejándonos solas. Me senté en el borde de la cama y tomé su mano entre las mías. – ¿Que es eso? – Pregunto Raquel refiriéndose a la caja de chocolates que dejé en su piernas, tomé la caja y se la extendí. – Son chocolates, no sé si podrás comerlos, iré a preguntar si puedes – Dije hablando notablemente rápido, mi nerviosismo estaba a flor de piel. – No te vayas, luego preguntamos – Dijo con una sonrisa, asentí levemente y volví a tomar su mano. – Tus padres, no creí que fueran así – Dije y Raquel suspiro. – Perdón por eso – Dijo acompañado de una débil risita, hizo una pequeña mueca y detuvo sus caricias. – El llamado, ¿Que era tan importante al final? – Raquel preguntó, suspire mientras acariciaba su mano. – Tendremos tiempo para hablar de eso, ¿No crees? – Dije con una leve sonrisa, ella asintió saliendo de ese tema rápidamente, en verdad estaba bastante contenta de poder verla y no quería que absolutamente nada arruinará ese momento. – Ali... – Dijo Raquel, la miré atenta. – ¿Puedes acercarte un poco más? – Pregunto con su mirada en mis manos, me senté más adelante y recibí una sonrisa a cambio de aquello, tomé su mano en una acción lo más delicada posible, dejando esta en mi muslo y comenzando acariciarla con tranquilidad. – Estaba pensando que... – Comencé a hablar mirando a un punto fijo – Deberías pasar los días de reposo en mi casa – La miré viendo alguna expresión y la encontré, sus ojos decían lo sorprendida que estaba pero guardo silencio. – ¿Que dices? – Lo propuse definitivamente, Raquel hizo una mueca que dejó una confusa sensación en mi pecho. – No deberías – Dijo suave mientras llevaba su mano a mis cabellos, despejando mi rostro de estos – Es mucho para ti – Dijo mirándome directamente a los ojos, chasquee la lengua. – No es "Mucho para mi" – Hice las comillas con mi mano libre. – Tienes que descansar – Dijo y tenía razón pero quería hacerlo junto a ella. – Tan sólo quiero... – Desvíe la mirada hacia abajo – Cuidarte – Termine la oración, Raquel guardo silencio dejando en prueba que no sabia que decir. – Ali – Capto mi mirada, se sentó en la cama, seguido a algunas quejas, subió su mano hasta mi mejilla y comenzó a acariciarla. – Estoy aquí, junto a ti, viva – Dijo y no pude evitar sentir cómo mi garganta se apretaba, ella había descubierto aquello, mi miedo a perderla. – Me quedaré contigo lo que sea necesario para que lo entiendas – Dijo aceptando la propuesta anterior pero sus palabras abrieron un recuerdo no tan lejano, el no saber si despertaría nuevamente y en este largo fin de semana descubrí todos los sentimientos que podían existir hacía una persona, en ningún momento me alejé lo suficiente, estuve a su lado con un miedo que enfriaba mi alma. Me acerqué levemente con ganas de absolutamente todo, tomó mis hombros haciendo que me acostara en su lado, abracé su cintura dando leves caricias. – Me comeré esa caja de chocolates aunque no pueda – Dijo con una risita.

A Punta de Espada//Ralicia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora