Cap. 3

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Póstrate ante tu rey, no, tu póstrate ante tu futura reina.

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Pise suelo colombiano cuando el alba acrecentaba; poner un pie fuera del avión me hizo querer deshacerme de toda la vestimenta abrigadora que tenía encima, el clima estaba arrasando conmigo.

Brick, mi soldado acompañante, se quedaría desde ahora a trabajar por estos parajes, siendo los únicos transferidos por nuestras grandes hazañas dejando la sede griega en alto.

Él tiene alrededor de 23 años, oriundo de Atenas, ganando el puesto de teniente al dirigir un ataque con solo cuatro hombres a uno de los lugares más recónditos del país. Salvó la vida de muchos cuando desactivo una bomba, asegurando que lo hizo con nervios de acero, pero tengo la leve sospecha que estaba temblando peor que un fideo sin consistencia. Atrapó a los acusados por terrorismo y salvó la vida del general Savoy que en esos tiempos fue rehén de estos aprehensores. Ganó medallas y el reconocimiento necesario, pasando de ser un donnadie a un teniente muy respetado.

Bajó las escaleras del avión sin chaqueta, con los brazos agarrando su nuca, respirando el aire como si este tuviese un diferente olor.

–¿Siente eso, capitana? –preguntó, cerrando los ojos.

–¿Qué se supone que debo sentir? –pregunté, sacándome las mil y una chompas que me vestían.

–La calidez, el aire encendido, el espacio sensible, pertenezco a estos lugares –aseguraba un chiquillo, eso era, un niño que conoció lo peor del mundo y tuvo que hacerse al valiente, porque así es a un inicio, finges serlo y a toda costa aprendes a serlo.

Elevar la cabeza con orgullo no existiría si uno no supiese reconocer sus logros, sus esfuerzos, y todo lo perdido para llegar a ese punto. Uno no nace orgulloso, pero la vida te enseña a serlo, por la admiración que uno siente por sí mismo.

–Brick, Brick que haré contigo –terminé. Más suelta nos adentramos al aeropuerto y me sentía como un pez sacado del acuario para introducirlo en un mar desconocido.

Agarre el teléfono satelital y le mande un mensaje a mi hermana:

Llegue a Colombia, sana y salva

No tardó en responder:

¿Todo bien?

El calor me está matando, pero todo bien

Deséale suerte a Brick

Deje el teléfono satelital porque ya no sentí la compañía del mencionado, vi que el avanzaba a la salida y lo llame antes de que me abandone, yo no podía alejarme mucho del aeropuerto, mi vuelo salía en una hora, así que aprovechamos nuestros últimos momentos amistosos. Nos dirigimos a un restaurante porque nos moríamos de hambre y comimos con una animosa conversación, hasta que informaron desde los parlantes que debía empezar a abordar.

–Bueno capitana, fue un gusto –dijo. Me extendió su mano y yo la jale para abrazarlo.

–Cuídate Brick, y no engendres más de lo debido –recomendé.

–¿Por quién me toma capitana? –preguntó con indignación fingida.

–Por alguien que no sabe controlar su aparato reproductor –dije teniendo toda la razón.

–Por eso le dije que pertenezco aquí –se toca la frente con el índice, mostrando su pícara sonrisa–, sangre caliente, capitana –dice como si fuese ciencia.

–Todos los humanos tenemos sangre caliente, teniente –dije con obviedad y empecé a caminar al hangar, nos dimos una última despedida con el movimiento de nuestras manos y volví al ave mecánica que producía un dolor normal en mis oídos.

La degradación del corazón (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora