Cap. 22

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Sangre rechazada

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Are you ready? Maneskin

Volvimos a la oficina del capitán Borcy. El coronel se mostraba molesto, lo habían cabreado además esa información no sirvió de mucho, salvo que los Sivautt ya se habían separado y no eran esa familia unida que los caracterizaba. Pero también entendí que como dejaron a algunos de sus miembros a la deriva a otros los protegen con suma determinación. Bricett es un claro ejemplo.

No se mencionó a los rehenes pues de por si ellos decían la verdad al no saber nada del gas, y menos de sus progenitores.

-Acabamos de interrogar a los miembros más idiotas de esa familia, ellos lo dijeron son la vergüenza y no me sorprende que sus padres los hayan desechado tan fácil -hablo el coronel.

La televisión estaba encendida, sin volumen, entonces vi la noticia

-Coronel -capte su atención-, debe ver esto -eleve el volumen del aparato.

-Hoy volvimos a encontrar otro cadáver en el lago, sin duda alguna la dragona volvió, esta vez la víctima, una mujer, de aproximadamente 25 años. Se la relacionó con la anterior víctima, John Luque, además de ser reconocida como Teresa Pedregal, asesinada con una bala en

El coronel apago el televisor. El silencio inundo la oficina, escuche su respiración algo agitada, y a la vez mi pulso que se aceleraba más.

Todo estaba empeorando, ya quedaba menos para que Bricett atrape a Max.

Cada persona equivalía a una vela. Su vida finalizaba como el extinguir de su fulgor. Y la cabeza volaba como un soplo.

-Ya es el segundo homicidio -hable. Entonces el coronel se acercó de manera intimidante hasta que yo choque con la puerta. Elevo una mano para acariciar mi mejilla, con sus nudillos como si fuese de porcelana, perfilando cada parte de mi rostro con la yema de sus dedos, hasta llegar a mi boca, que sacudió mis labios, y por su rebote este se relamió sus labios.

Volvimos a mirarnos y apoyo una mano en el costado izquierdo de mi cabeza, y con su otra mano la apoyo en mi cintura.

El me sobrepasaba con una cabeza de diferencia, entonces apoyo su mentón en mi cabeza, bajando poco a poco su rostro, para sentirme. Sentí que inhalaba mi fragancia, metiendo su fina nariz por mi cuero cabelludo, hasta llegar a mi cuello, donde daba pequeños besos. Despego la mano que poseía mi cintura y puso el cerrojo, entonces me beso. No de forma dulce o tierna. Con el nada era dulce, dejándome entender que si él quería podía, pero sus barreras la mayor parte de la vida no quería.

Ese era Gustavo Viamont, en su estado dominante, uno que respiraba fuertemente, emitiendo sonidos de desespero, ojos avivados por el deseo, dejando atrás sus cenizas y volviendo a llamear, sonriendo con perversidad, retratando lo que imagina en su rostro, encendiéndote más y más. Una mano desabrochando los botones de mi camisa, como la otra apretando mi trasero y empujándome para que sienta lo que yo provocaba en él.

No era un hombre de sentimientos, prefería tenerlos enterrados, pero este, como cualquier ser humano le llevaba flores al pasado.

Así sucede cuando uno quiere dejar todo atrás, tarde o temprano vuelve, y uno debe afrontarlo de forma madura o en constante negación.

Unos se aferran, como otros sueltan.

A unos les quitan su compañera, como a otros el amor de su vida.

Todos tenemos una bala en el pecho, algunos que por si mismos la incrustaron y otros que fueron el blanco para el tiro certero.

El besaba mi boca y tocaba mi piel, de hecho, jugaba con ella, queriendo darle forma. Su lengua recorría con maestría mis labios, a la vez que pasaba a chupar mi cuello y con una velocidad unida con la intensidad se puso el condon.

La degradación del corazón (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora