Cap. 31

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La venda con la que cubrí mis ojos

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Rihanna-Stay

Rafaela Thalassinos.

Vislumbre el amanecer, uno fulguroso, totalmente precioso. Debí presenciar la llegada del sol desde que salió de las montañas hasta que su ángulo se alejaba de mi vista. También vislumbre al hombre con el que dormí abrazada, muy diferente al último, más que todo porque este revelo su personalidad tranquila con el alcohol, y aproveche en tenerlo para mí. Aproveche la paz que emanaba, que emanábamos.

Un corazón latía incesante, por sus palabras, por sus caricias y por los problemas que me traería. El trato había sido pisado por ambos, no respetamos sus límites y demostramos que vamos más allá, por desobedientes o pasionales, aun no lo se.

El tenerlo vulnerable, capaz de hablar y sonreír con sinceridad me hizo entender que cale en lo más profundo de su ser, como el, dejo una marca profunda, herida o recuerdo, tal vez, que no se borraría y se quedaría para siempre.

Balbuceaba dormido, y no dejaba alejarme, me acercaba a él, impregnándome de su olor, sabor y emoción.

Ese era el plan, sucumbirlo, pero no caer yo más al abismo.

Con los ojos en mi reflejo, escrutándome y recordando mi anterior aspecto, mi anterior vida, pensando en que hice o que estoy haciendo para ser lo que soy, llegue a la conclusión de que doy mucho y quiero recibir lo mismo. Reciprocidad.

Conocí a un hombre, que consideré mi primer y único amor, Alejandro.

En una de las tantas salidas al parque con mi hermana, conocí al hombre por el latiría sin cesar mi corazón. Recuerdo verlo sentando en un columpio, pensativo mirando el suelo. Al acercarme observe sus ojos cafés, similar a los míos, pese a tener una mueca de tristeza en la cara, brillaban y no se apagaban. Cristal no se fio de él, y no quiso que me acercara, creo que sabía lo que pasaría si me relacionaba con él, con solo verlo ya sabía los problemas que traería.

Como de esas corazonadas que sientes al ver a alguien o algo, yo sentí esa corazonada al ver a Gustavo, problemas y dudas, eso paso. En cambio, ver a Alejandro no me causo nada, hasta que entablé conversación con él, interesante y guapo, eso pensé. Pensé, pero no sentí, cosas totalmente diferentes.

Alejandro era bartander, todas las noches en el club prohibido, así le decíamos y lo conocíamos en la ciudad. De por si el nombre tentaba, más que todo cuando lo detallaban como el lugar donde el diablo tiene a sus concubinas. La gente de la iglesia les ponía cruz a esos lugares, pero grande fue mi sorpresa cuando los vi a ellos en primera fila derrochando dinero, babeando como perro con rabia, pero en vez de rabia estos tenían lujuria, uno de los pecados capitales a los que aborrecían, pero en la oscuridad adoraban.

Asistía a la iglesia todos los domingos, por obligación del orfanato. Odiaba ir porque creía que Dios me había abandonado desde que fui dejada en la puerta del que sería mi hogar largos años. Y hablar con alguien de quien dudas su existencia y hablas a la nada es complicado.

Esperaba esos milagros de los que tanto hablaban las mujeres, esperaba de las apariciones o visiones, cosa que no llego. Pero si conocí a su contraparte, un ser que vestía trajeado, pedía whisky, y su sonrisa diabólica no lo abandonaba. Creo que su espíritu me acompaño hasta aquí, y lo tengo desnudo a mi lado.

Alejandro me enamoro con tanta pasión que me creí en un cuento de hadas, pese a no vivir en un castillo. Me llenaba de amor con besos, abrazos y detalles hasta no poder. Entonces me invito al club.

La degradación del corazón (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora