Un poco de paz que necesitamos vivir
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Sin más, abandone el salón para despedirme de Max. A este niño siempre lo llevaría en mi corazón, pese a haberlo conocido hace unas horas. Es de esas personas que con un abrazo te sientes protegida, con una sonrisa te alegra el día y con unos pestañeos te hechiza, todo él era embriagador, como cautivador. Es un niño especial.
Al despedirme una mueca de tristeza le pasó por el rostro, esa de: no me abandones y yo trataba de decirle que volvería pronto, hasta que me hizo prometerlo y por primera vez no pude mentir, no pude o no quise, ambos. Amaría tenerlo para mí, amaría que alguien me ame de esa forma cuando todo esto termine. No de forma romántica, porque eso se acaba, o es lo que deduje por mi experiencia, sino de una forma leal una sin traiciones, una sin abandonos, una sin tragedias, un amor con pureza.
─Este es mi número ─le pase un papel a su manito que cerró en puño lo que le daba, como si fuese valioso─, si me necesitas, llámame, que no te dejare solo.
Entonces me abrazo, con fuerza, con toda su fuerza sin siquiera llegar en tamaño a mi cadera.
Quiero un Max, y no quiero abandonarlo.
Despeine su bonito cabello, y al voltearme capté los ojos grises del enemigo que poco a poco estaba confundiendo los papeles, y abandone esa fortaleza, que de fuerte solo tenía al niño, y de inútiles todos los que rodeaban el recinto. Capte la mirada de los soldados, a los que me encantaría golpear pero después de todo yo no soy la que está a cargo sino alguien que caería pronto.
Baje el largo camino pavimentado, uno que siempre creo innecesario en la casa de millonarios, después de todo ya no saben en que mas gastar su dinero, fuentes, pilares, jardineras, todo ostentoso, para en las noches llegar y solo ocupar una cama, que incluso la deben tener de tres plazas. Una sola persona se puede perder en tal magnitud.
Llegando a las rejas inmensamente grandes que son fáciles de trepar pero con más imaginación uno puede colgar gente allí, rememorando la edad media, unas púas que me trajeron recuerdos hasta que una bocina sonó detrás de mí y ¡oh! Recién comienza el día.
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Gustavo Viamont
─Sube, te llevo ─apresure en bajar la ventanilla del coche. Al verla irse con los ojos brillando por Max, pero con los ojos apagados al ver a todos, incluido yo, sabía que debía tenerla cerca de mí. Poco a poco empezaba a igualarla con una víbora, pues sus cambios eran notorios, mudaba de piel, así como lanzaba veneno al hablar, directa para atacar y por lo tanto matar.
─No es necesario, voy a pie ─se limito a decir, tratando de sonreír para que deje mi insistencia de lado.
Ahora que la veía su lengua era más larga, con razón va, despeje pensamientos inoportunos, también sus ojos ya no estaban tan hechizantes ni chispeantes. Alcoholizada es otra persona.
Tiende a ser otra persona, siempre.
─Por más que seas la persona más fitness del mundo, tu vives en el otro lado de la ciudad ─se nota que odiaba mi altanería, una que era parte de mi desde púbero─, además yo te traje a este lugar, solo te dejare y me iré.
La observe dudar, como también sopesar la verdad, y de seguro su cabeza al igual que la mía taladraba por la resaca o por los problemas. Abrió la puerta del auto como a su vez el portón de rejas se abría, simulando la entrada al paraíso, estúpido.
Después de gritar y lanzar amenazas visuales como verbales, el miedo u odio crecieron en los retirados, y a toda costa el deseo de cerrarme la boca apareció, creando así un incentivo para atrapar a la perra de Bricett, un incentivo que no era Max sino yo. A veces el odio es el mejor incentivo mucho más si él o la que te reto es orgulloso, para así verlo tragarse sus palabras. Imbéciles.
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La degradación del corazón (borrador)
Action¿Qué sucede cuando el enemigo esta frente a ti y tu estas cegado por el sentimiento más peligroso que la humanidad conoce? Bendecida y creada por Atenea y Apate, se disfraza de inocente, se camufla, te engaña, te hipnotiza como si fuese una serpient...