Cap. 26

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D... elirio

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Con escuchar que Bricett sabia de mí, Grecia volvió a mi cabeza. Dinero en el piso, espectadores con la sonrisa satisfecha, y bailes hechizantes me abordaron.

El responsable, frente mío, persona que me considera suya, excusándose siempre con haberme comprado y salvarme de supuestamente alguien más malo que él.

Las canciones sensuales me envolvían, siguiendo el ritmo, como otras veces en el mismo sexo, que lo hacía más placentero.

Las telas, semicubrian mi cuerpo como otra piel, o mudaba como serpiente o la tapaba. Escondiendo antes de destilar mi veneno.

Las faldas cortas como los brasieres dejaban a mucho a la imaginación. Muchos ansiaban y lograban pagar para bajar el cierre y los tirantes a la mujer que lograba encenderlos.

Una sabia que por esa puerta no pasaría un caballero, sino alguien totalmente diferente que requería atención con sus antojos. En esos lugares no encontrabas al amor de tu vida, en esos lugares te lo mataban.

Lo mejor, tenía para escoger, piel, cuerpo, tamaño; rubias, pelirrojas, morenas, eran parte del catálogo a elección.

La avenida o el callejón presenciaban las subidas en coches ajenos, o las entradas al club.

Era irónico pues los que estaban en contra de esa clase de laburo, eran los primeros en ser atendidos, como reyes, que gracias a ellos siempre el negocio iba a flote. Supongo que era un buen modo de soborno.

Religiosos, políticos, casados, y figuras públicas que no miraban la cara sino los atributos que las mujeres ofrecían.

Muchos padres traían a sus hijos como rito de iniciación, para que se estrene decían, regalo de cumpleaños o regalo por algún logro que por más que le aplaudían necesitaban premiarlo con una mujer que no sentiría placer por lo rápido que seria la primera vez pero para el chico, sería la experiencia que jamás olvidaría en su vida.

Las que se encontraban en ese rumbo, estaban por la necesidad o la obligación, que al fin y al cabo terminaban siendo lo mismo.

Como otras solo bailaban y exhibían su cuerpo.

Yo era de esas. En segunda mano, pues en primera, fui las de obligación.

El oro, y la plata nos marcaban como también nos hacían más deseosas.

Algunas tenían el privilegio de alcanzar su cuota diaria con un solo cliente, el que pedía que nadie más que él, la tocara.

Otros compartían su antojo, provocando una experiencia más interesante para ellos, y una experiencia cruel para otras.

El beneficio de tener a D era ser intocable para otros excepto el. Pueden ver, pero no tocar decía el, refiriéndose a mis bailes.

Pobre el hombre que tocaba a la serpiente. Seria mordido o envenenado. Y no volvería a ver la luz de un nuevo día.

Así como Apofis con Ra. Serpiente gigantesca, inmortal y poderosa, representante del caos maligno, cada noche queriendo interrumpir el recorrido nocturno de la barca solar conducida por Ra, para evitar que consiguiera alcanzar el nuevo día.

Soy el premio prohibido del príncipe, que presumía, pero jamás compartía, a menos, que ambos obtuviéramos algo a cambio.

–¿Qué relación tienes con ella? –volví a preguntar, sentándome frente suyo. Su aspecto no cambio con estos años, las cicatrices seguían, el carácter se mantenía perteneciendo al chiquillo que jalo el gatillo sacándome a la fuerza del lugar que consideraba mi hogar.

La degradación del corazón (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora