Cap. 28

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Confianza

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Abandone su oficina, y baje al galpón 3, donde entrenaría a los soldados.

Recuerdo cuando me enliste. La fila de jóvenes cubría dos calles, y un impulso estúpido pasó por mi mente; volvía del cementerio, con los ojos empañados por llorar dos horas frente una lápida falsa, simbólica le decía yo, por el cuerpo ausente de mi amado. Era la única mujer en la fila, una que hice por diversión, para encontrar una salida ¿fácil? Tal vez. De no ser por mi hermana ni salía de cama, apenas comía y solo agarraba rencor hacia mí misma.

La fecha de mi cumpleaños, o bueno, el día que Alejandro y yo celebrábamos por mi nacimiento que desconocía, se volvió el día más odiado de mi vida. Fue el día que lo perdí. Para siempre.

Un año después empezaba una nueva vida y dejaba de llorar, tragándome las lágrimas, penas y problemas.

Ingresé y como lo dije, fue una forma de mantener mente y cuerpo ocupados, nada ni nadie me sorprendía. Con poca edad ya había vivido lo que nadie inocente haría. Entonces la experiencia ganó.

Disparos, torturas y muertes, no causaban nada en mí. Peor cuando debía enfrentarme a algún compañero mío, la pena y lastima te hacen fallar y yo no estaba para cometer errores. Muchos ya había cometido.

Piedad solo al que se equivoca una vez y sabes que ya no lo hará.

Mi primera misión fue en Italia. Debía conquistar y matar al traficante de pieles más grande del mundo.

Infiltrarme en una fiesta de traficantes, con apuestas de materia prima como a su vez animales disecados por doquier, fue la misión que considero más horrible, no solo por ser la primera sino por la crueldad que se manifestaba a máxima expresión.

Tenía el cuerpo y cara perfecta para atraparlo, 18 años, así me recibía la vida.

Vestía piel de zorro, genuina, sin escatimar gastos ni lujos, porque como en la vida real, si tienes más, eres más.

Estar en esa fiesta me hizo entender la superficialidad de las personas, bastones de serpientes disecadas, zapatos con pieles o animales, ropa exótica, objetos como carteras, cinturones e instrumentos formaban parte de un rito satánico que me rodeaba.

Por donde pasaba animales disecados formaban parte de la decoración. Parecían tener vida, hasta que los mirabas fijamente y sus expresiones aterraban.

Incluso las bebidas tenían animales dentro, una hecha de veneno de serpiente, como unos cuantos insectos acompañaban los tragos.

Tuve que ser parte de ellos, captando la atención del traficante como se tenía planeado.

Detuvimos al hombre porque los rumores decían que el empezaba a vestir con pieles humanas. Ya no sería traficante animal sino de personas, empezando con los niños.

Existía un rito en las catacumbas, nos encontrábamos en Francia, dicho rito era bañarse con sangre de animal y ostentar lo más que se podía. En la exposición para la subasta los rumores fueron acertados, pues se exhibía un vestido con un precio elevado como a su vez icónico.

Al ser su acompañante me hizo vestir su mayor creación, aparte de tener una obsesión con las pieles tenía un fetiche, que le daba el mayor placer.

El asco que me provocaba por poco me hacía revelar mi verdadera identidad, ya que olfateaba, lamia y tocaba las pieles como si las necesitara para vivir.

Dejándolo inconsciente, mi tropa intervino y apresó a muchos traficantes, rescatamos animales en extinción, y deshicimos muertes inocentes.

El hombre trato de excusarse con una salud mental inestable, que en parte era verdad, pero fue sentenciado a pena de muerte.

La degradación del corazón (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora