Cap. 6

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Si el infierno te crea, siempre habrá rastros de ceniza para reavivar el incendio

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Rafaela Thalassinos

La noche paso en un pestañeo y el despertar del día se hizo presente alumbrándome con una luz que no calentaba más sino quemaba, con los recuerdos retumbando toda mi mente y con la alerta de que la puerta nuevamente sea abierta no pude ni pegar un ojo, cierto ser trajeado le echó limón a una herida que nunca cerraría, y el dolor jamás mermaría.

Con la cafeína recorriendo toda mi anatomía inicie mi día laboral. Tenía una oficina propia con vista al campo de entrenamiento y a la costa con olas chocantes.

Observe a muchos soldados puestos para la iza de la bandera como todas las mañanas, típico a nivel mundial. Los esclavos de los militares superiores o sea los cabos, eran las víctimas de desquite perfecto.

A nivel premilitar, varones y mujeres eran invitados a formar parte del ejército, de forma obligatoria para el sexo masculino a participar y aprender lo mínimo por si existe un combate bélico. Muchos querían escapar del martirio porque pensaban entrar a un lugar donde el respeto por los insignificantes no prevalece. En la milicia el respeto se gana a base del miedo o en otras circunstancias por las hazañas realizadas.

Ordené las pocas cosas que traje cuando la puerta fue tocada. Permitiendo el paso, entró una joven morena de ojos verdes con pecas, moño y vestida del uniforme camuflado, se llevó la mano a la sien como muestra de saludo y le devolví un asentimiento.

–Buenas tardes capitana, se presenta la subteniente Keira Zret, designada a ser su asistente de oficina. Todo bajo sus órdenes capitana –habló. ¿Asistente? ¿No sería mi aprendiz?

–Dime Rafaela –exprese con una sonrisa para que se le esfume el miedo–. Aquí acostumbran tener asistentes –el miedo se le fue y expresó tranquilidad.

–La verdad es un castigo que nos imponen por haber desobedecido alguna orden –expresó. Con razón.

–¿Que se supone que no acataste?

–No fui parte del protocolo por los 75 años de aniversario ―con una mueca pedí que continúe con el relato–. Tengo un hermano que sufre de leucemia, y ese día no podía estar de mesera para las esposas de los superiores, tenía que cuidarlo –vociferó con una pizca de ira. Después de un poco más de charla Zret se fue a su cubículo que se encontraba fuera de mi oficina, trajo papeles para que me mantenga al tanto de los casos solucionados, no solucionados y aun por solucionar.

Nuevamente tocaron la puerta e ingresaron Zret y cierta rubia a la que mi asistente no dejaba de ver como si fuese una plaga, con que a ella tampoco le cae, escudriñe de una mejor forma a la rubia. Tenía ojos cafés claros, aunque yo recordaba haberlos visto azules, el cabello rubio se disgregaba del castaño, nariz respingada y labios con un volumen anormal. Algo bronceada, aunque esta vez el maquillaje se situaba de una forma más pareja y no abundante.

–Capitana, el coronel la llama –informó la rubia, vi su apellido bordado en su bolsillo de pecho Tte. St. Garaizabal debe de surcar los 27 años aproximadamente.

Ella formaba parte de GDME, es Satinadora, aunque no parece. Recordé los expedientes que me mandaron, somos 5 en total, aunque claramente por tropa debíamos ser 7-8 mínimo.

Le devolví un asentimiento y caminé en dirección a la oficina del tifón. Antes de llamar a la puerta esta se abrió de manera sorpresiva dejándome ver a los dos hombres altos y fornidos con los que compartí mesa ayer, me pasaron su mirada como si fuesen detectores de rayos x y sonrieron con picardía. Ya conocía a uno.

La degradación del corazón (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora