XLII

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- ¿Dónde está Eren?- Mi voz desesperada se acoplaba perfectamente al ambiente de angustia que había en el lugar, las personas de la embarcación estaban igual de preocupadas que yo.

- Lo siento Mikasa, debemos irnos, ya no podemos.- Hange habla acelerada, se acomoda las gafas incontables veces como símbolo de estrés.

- ¡Pero comandante, ¿Cómo dejaremos a Eren en territorio enemigo?!- Mi argumento era compartido, dejar a Eren significaba regalar en bandeja de plata al titán fundador y con eso, nuestras vidas.

- ¡Maldito bastardo suicida, cuando lo vea lo moleré a golpes!- Jean mascullaba irritado caminando de un lado a otro, ya todo estaba listo para zarpar.

- ¡Levi! ¿Dónde está Levi?- La comandante gritaba molesta, era extraño para su personalidad tan calmada, pero era entendible su actitud con las apretadas circunstancias.

- Aquí estoy cuatro ojos, no grites.- Le pidió entrando agitado al lugar. Su frente perlada en sudor revelaba la rapidez con la que se había movido.

- ¿Y bien?- Le pregunté nerviosa, él suspiro derrotado.

- No lo encontramos.- Nos contó mientras se masajeaba las cienes, Levi estaba igual de estresado que todos.

- Él debe estar perdido. No podemos dejarlo.- Pedí y sentí como Armin abrazaba mis hombros.

- Mikasa...Eren no está perdido.- Comentó el rubio un tanto incomodo.

- Él no quiere ser encontrado.- Dictamino el capitán, yo cerré los ojos en silencio; en el fondo yo sabía que esto iba a ocurrir.

- Ya es momento, un segundo más significa ponernos en riesgo.- La declaración del conductor, nos dejó a todos helados, sin embargo, tomé silenciosamente asiento en el lugar. Yo de verdad esperaba que él supiera lo que estaba haciendo.

**

El resto de los días desde nuestra llegada, yo me encontraba en un estado neurótico, mis uñas siempre largas, ahora lucían torcidas y mal cortadas por mis dientes impacientes. Era parte de mi rutina entrenar una hora antes del entrenamiento general, el dolor físico de la sobreexplotación muscular me mantenía cuerda en esta realidad tan frustrante.

Más de una noche me desperté rememorando las palabras del muchacho, temblaba avergonzada de mi idiotez, no supe leer entre líneas. Eren estaba mal, yo lo reconocí hace tiempo, sin embargo, rechace brindarle mi apoyo. No, no era eso, rechacé seguirlo, ir tras él y apoyarle cada una de sus ideas sumisamente. Yo pude hacer algo, pude amarrarlo en una silla y hacerle entrar en razón, pude apretarle la correa hasta que dejara de morder incontrolablemente a los lados, yo pude controlarlo. Si, esa madurez en reconocer la deficiente estabilidad mental del muchacho llegó tarde. Ahora era tarde. En más de una pesadilla estaba él, amarrado de manos y pies en la espera de ser devorado.

Su poder se perdería, su titán lo tomarían, nuestras cartas a favor desaparecerían y él... moriría. Aunque sintiera que Eren es un muchacho grande, que no podía estar tras de él indicándole lo que era malo o bueno, que ya era un adulto capaz de afrontar las consecuencias de sus acciones. Yo era Mikasa Ackerman, soldado elite del escuadrón de reconocimiento, pertenecía al grupo de personas pioneros en emprender la búsqueda de la supervivencia. Yo debí tomarlo por los hombros y arrastrarlos con nosotros, desechar sus berrinches y cachetearlo cuando sus imbéciles ideas se le subían a la cabeza, él era una pieza fundamental en nuestro mecanismo de defensa, él era esencial en mi círculo afectivo familiar.

Además de que sus acciones nos pusieran en una desfavorable situación, la discordia que dejó con su ausencia nos afectaba a todos, en mayor y menor nivel. Muy pocas veces había visto a mi capitán, porque ahora era eso, mi capitán. Nuestras citas nocturnas fueron desplazadas por la necesidad laboral de correr de arriba abajo, sin importar, hora, momento o día. Levi y Hange no eran humanos, para la burocracia ellos representaban una facción defensiva para salvaguardar sus grasosos traseros.

Tradición -Rivamika- (Finalizado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora