Dos maletas y una mochila es lo necesario para poder llevar lo más importante, que obviamente la mayoría es ropa y cosas de higiene personal. Echo las ultimas cosas que había en la cama dentro de la mochila bajo la atenta mirada de mamá. Su rostro pálido y las ojeras bajo sus ojos me demuestran que no ha podido dormir bien. Cada día está más delgada y come menos y eso me preocupa mucho.
Cierro la mochila y me giro hacia ella.
—Dime lo que sea que estés pensando ahora, mamá —digo y ella da un suspiro.
—Sabes que esa casa no me gusta... eso es todo —dice y tose fuerte.
—Lo sé mamá, pero ese era el único trabajo que vi disponible y sabes perfectamente que busque y busque y nada —hago una pausa para poner la mochila junto a las maleta—. Hago esto para poder seguir comprando tus medicamentos, mis ahorros no dan para más.
—Déjame en un internado para ancianos, sé que soy una carga para ti...
—¡Mamá, por Dios! Sabes perfectamente que no eres una carga para mí. Y no eres una anciana, apenas tienes cuarenta y ocho años, por Dios —digo y me acerco a ella y la abrazo con fuerza—. Nunca pienses que eres una carga para mí porque no lo eres... te amo mucho, ¿ok?
Ella me devuelve el abrazo.
—Yo también te amo mucho.
—¿Hasta el cielo?
—Hasta el cielo —dice y a las dos se nos dibuja una sonrisa en la cara. Nos quedamos un rato de esa manera sin decir nada.
—Bueno, sigue empacando para que tengas todo listo —rompe el silencio.
—Está bien —digo y la suelto. Ella no para de mirarme hasta que salgo de la habitación.
Me quedo parada en frente de la puerta. Como desearía que mamá volviera a ser la que era antes. Con una sonrisa todo el tiempo en el rostro. Llena de vida. Pero bueno, no todo es de color rosa. Camino a la sala de estar, donde Mar se encuentra viendo una novela romántica. Mar no es la típica enfermera mayor y antipática, apenas va a cumplir treinta y cinco en tres meses. Tiene el pelo castaño un poco por debajo de los hombros y sus ojos son de un azul muy oscuro. Siempre se la pasa encerrada y dentro de su casa y en la mía y es por eso que su piel ha adquirido un tono bastante pálido. Ella es muy buena con mamá y conmigo. A veces ella es la que hace la cena y yo no tengo que cocinar. Nos hace reír a ambas casi todos los días y lo agradecemos. Ella está tan entretenida con la novela que no nota que estoy a su lado. Aprovecho para asustarla.
—¡Buu!
—¡Ah! —grita brincando del sofá y yo estallo en carcajadas.
—Eso no es gracioso señorita... me pudo dar un infarto —me regaña.
—Sí, sí que lo es —digo entre risas.
Ella me mira fijamente y entrecierra los ojos, pero mi risa no disminuye.
—Hubieras visto... visto tu... cara —digo y me agarro la barriga que ya por reír fuerte me está empezando a doler.
—Sí, sí, como digas. Hiciste que me perdiera de una parte de la novela, chiquilla —dice y se vuelve a sentar.
—Lo siento —digo ya más calmada—. Es que como te diste cuenta de que estada al lado tuyo me dieron ganas de asustarte... es todo —digo y me siento a su lado.
—Está bien, ahora ya verás cuando te asuste yo.
—No sé cuándo eso suceda porque no estaré aquí, sabes que me mudo mañana a la casa Blake —digo mirándola.

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Los Blake
RomanceTanit White es una simple chica peliroja que vive junto a su madre, pero esta enferma de gravedad. Los medicamentos son muy caros y sus ahorros no dan para más. Tanit decide que es momento de buscar empleo, pero su misión es en vano al no obtener n...