Capítulo 17

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  Siento mis piernas y brazos muy pesados. Estoy despierta, pero mantengo los ojos cerrados porque estos también me pesan. Me siento como si tuviera una tonelada de piedras sobre mi espalda ahora misma, quiero moverme, pero mi cuerpo no reacciona, es como si estuviera en una parálisis. Aunque tengo los ojos cerrados puedo apreciar la claridad que inunda mi habitación. Deben de ser medio día ya.

Los recuerdos de la noche anterior llegan a mi cabeza de golpe. Suelto la respiración que no sabía que estaba conteniendo. Revivo la sensación de sus miradas en mí mientras tomaba de esa botella, siento asco al sentir las manos de mi padre tocar mi cuerpo y me dan ganas de vomitar cuando recuerdo que fui yo quien le clavó el cuchillo en la espalda.

  Siento una lagrima bajar por mi mejilla hasta llegar a la almohada donde deja una pequeña mancha. Con toda la fuerza del mundo intento volver a moverme, pero solo mis dedos reaccionan a la petición. Ni siquiera puedo gritar ni hablar. La impotencia se apodera de mi poco a poco. No sé qué hacer.

Sigo intentado moverme, pero lo único que logro después de treinta minutos es abrir los ojos. Los cuales se adaptan a la potente luz del sol que entra por la ventana. Los dejo medio cerrados hasta que se acostumbras a la luz. Detallo mi alrededor y no veo nada fuera de lo normal... hasta que veo mi brazo. Arrugo las cejas cuando veo que algunas partes de mi antebrazo están en carne viva y con rasguños.

  ¿Qué hice? ¿Mi otro brazo también está así? Creo que la contestación es sí. Dejo escapar una larga respiración e intento moverme otra vez... y esta vez no es vano. Logro mover los brazos de sitio e impulsarme con ellos para quedar bocarriba. Giro mi rostro hacia mi otro brazo y, efectivamente, está igual que el otro. Me pregunto que habrá pasado en la fiesta cuando yo y Fabi nos fuimos a otra parte. También me pregunto qué pensara Fabi de mí ahora. Me froto la cara con ambas manos, me quedo con las manos en la cara por unos segundos hasta que escucho que alguien abre la puerta y mi primer reflejo es hacerme la dormida.

  Unos pasos fuertes y lentos se acercan a mí. Eso es lo único que logra escucharse. Sea quien sea el que entro no es muy hablador. Dejo de escuchar sus pasos para sentir como se hunde la cama a mi lado. Me tenso cuando siento una mano áspera y grande tocar mi rostro con suavidad. Sus dedos pasan por el puente de mi nariz, por el borde de mis labios y por mi barbilla. Luego me aparta algunos mechones rebeldes que tengo en el rostro. Quiero saber quién es, pero tampoco quiero abrir mis ojos.

—No importa... eso no importa.

Un escalofrío me recorre entera al reconocer la voz. El menor de los Blake está sentado en mi cama. Trago saliva y decido abrir los ojos. Cuando están totalmente abiertos su rostro me recibe.

  Bajo sus ojos hay una manchas oscuras, prueba de que no durmió en toda la noche, sus labios, como casi siempre, están resecos. Su cabello está demasiado despeinado, como si se hubiera pasado las manos repetidas veces por él.

Dejo de mirarlo y muevo mis ojos por la habitación y hasta que estos no caen en mí, no me doy cuenta de que estoy en ropa interior abro los ojos como platos y, sin pensarlo tomo la sabana que cubre la cama y me tapo con ella. ¿Qué hice con mi vestido y porque mierdas no me puse mi pijama? Ahora mi espalda es la que queda a vista. Fijo mis ojos en la pared frente a mí.

  Ninguno dice nada, los dos estamos en completo silencio. Yo no me atrevo a volver a girarme ahora sabiendo que vio mi cuerpo en ropa interior. Desde aquel día soy muy insegura con cualquier cosa que tenga que ver con mi cuerpo, aunque todos digan que es el mejor que una mujer pueda tener. Mi cuerpo no me gusta por la sencilla razón de que atrae miradas indeseadas.

—No te preocupes... no vi nada... ni siquiera me fije que estabas en ropa interior —dice, pero lo que logra es que apriete las sábanas más contra mí.

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