Capítulo 34

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  El grito pone a todos alerta.

Son gritos de dolor, gritos de agonía... de miedo e impotencia. Tanit se lastima la garganta con cada grito que da, pero ella lleva casi una semana entera inconsciente y sedada. Todos los días grita como si la estuvieran desgarrando por dentro, como si la estuvieran rompiendo, como si la estuvieran... tocando otra vez.

  Los gritos de Tanit se deben a que cada día sueña que su padre sale de la tumba, todo su cuerpo en descomposición, sus ojos sin color, su piel gris y la vuelve a tocar y hacer que viva de nuevo esa horrible pesadilla. Sus gritos son también de dolor y agonía. Todo su cuerpo está lleno de moretones, de heridas, unas más graves que otras, tiene rasguños en todas partes. La herida de su muslo se ve mejor que hace dos días.

Alina y Jared siempre están ahí para ella, no salen de la enfermería en todo el día. Hay veces en que se turnan para traer comida o darse un baño, pero ninguno quiere alejarse demasiado. Saben que hay alguien rondando por ahí, alguien que cada que aparece los saluda con una sonrisa siniestra en el rostro

  Jared se levanta de golpe y va hacia Tanit quien grita fuertemente. Le toma el rosto y comienza a acariciarle el cabello y hace sonidos para que se calme, pero no logra nada y comienza a desesperarse. Sin pensarlo se sube en la camilla y, sin hacerle daño, se la coloca encima y comienza a mecerla como a un bebé. Le pasa las manos por el pelo y la cara suavemente mientras le dice:

—Estoy aquí... estoy aquí.

En ese momento él se encuentra solo porque Alina salió a buscar comida para los dos.

El comedor está atestado de personas que hablan entre ellos. Alina puede reconocer a Keisha y Beth juntas a lo lejos. Y también se da cuenta de que hay muchas personas nuevas.

Si supieran lo que les espera... , pensó Alina antes de empezar a agarrar comida.

  No pasa mucho tiempo cuando ella comienza a sentir que es observada, siente una mirada punzante en la espalda. Ella sabe quién es el causante de esa desagradable sensación. Ni siquiera intenta buscar donde se esconde André esta vez. Sigue poniendo comida de todo tipo en una caja lo suficientemente grande para dos personas o, quizás, más.

Cuando termina de tomar la comida cierra la caja y se dirige a la salida del comedor. La sensación nunca la abandona y es por eso que en vez de ir directo a la enfermería se dirige a su habitación. Aunque ella sabe que André ya conoce donde es que están cuidando a Tanit no quiere arriesgarse a empezar una pelea que sabe que no podrá controlar.

Por otro lado, Jenifer observa como su esposo, Gabriel, le abre el pecho a una chica de apenas diecinueve años. Él está bajo los efectos de la locura y no sabe lo que hace. No está cien porciento consciente de sus actos.

  Ella se le acerca lentamente y le pasa una mano por la espalda. Los músculos de él se tensan ante el toque, pero cuando se gira y ve a su esposa se relaja en un segundo. Para él, Jenifer es su medicina, su calma, su salvación. Mientras que él es la tormenta, él es la perdición... así se siente él.

—Gabriel —dice Jenifer con dulzura en la voz.

—Jenifer —dice Gabriel con súplica en la voz.

Ella lo abraza fuerte y él rodea sus fuertes brazos alrededor de ella. Esto es su salvación, esto es lo que él necesita.

  Sus hijos, Esteban y Uriel, han estado muy quietos estos días. No han tenido ataques, no han salido casi de sus habitaciones. No hacen más que mirar el cielo gris y como las nubes se mueven con el viento. Uriel, aparte de no estar haciendo nada... la extraña. Extraña con toda su alma a Amira, la chica de la que se obsesiono de pies a cabeza. Pero tampoco se arrepiente de sus actos. Es mejor muerta que con otra persona o lejos de él.

Es mejor así. 

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