4. Nada más que ella

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Actualidad...

Tres días es lo que tarda el alcohol en acabarse, o al menos aquel que he permitido beber para celebrar la victoria ya que si no soy yo quien les controla, pese a ser el menor de todos, luego llegará el momento de falta del mismo y no sabrán que hacer más que pedir llegar a tierra para robar algo de alguna taberna o pasar una noche en una de estas.

-Mi capitán- dice aquel que no se fiaba de mí-, todos se preguntan que haremos ahora, con Fer solíamos parar en un puerto a escondidas para pasar una o un par de noches en tierra y que todos se repusieran de la batalla.

-Por reponer te refieres a beber todo lo que se os ha acabado aquí, ¿no?- apunto desde mi escritorio lleno de papeles donde se distingue un mapa viejo.

-Si, eso mismo, pero podemos seguir navegando, la decisión es tuya eres el capitán y nosotros no queríamos para nada contradecir tus planes o el rumbo a tomar- se disculpa bajando la cabeza.

-No te preocupes Herrán, si Fer lo hacía yo no voy a cambiar esa tradición en el Ondina- sonrío para que se relaje-. Además una parada en el puerto de Cádiz no me vendría mal para un par de asuntos a resolver así que no se diga más, pon rumbo a ese dichoso puerto.

Su movimiento de cabeza me confirma que a captado mi mensaje, gira sobre sus talones para salir de mi cuarto pero antes de que desaparezca por el pasillo subiendo las escaleras le vuelvo a detener llamándole con mi voz mientras me levanto de la silla donde me encontraba nada cómodo pese a ser probablemente la mejor que hay en el barco.

-Herrán, que no se note mucho que somos piratas, no me apetece esta vez tener ninguna disputa ni mala mirada por parte de aquellos a los que estorbamos.

-Pero- el mismo se frena ante la firmeza de mi rostro-, entendido capitán, nada de piratas en Cádiz.

Sonrío dejándole marchar para que anuncie al resto de la tripulación que es lo que va a suceder ahora. Realmente no tenía ningún rumbo en mente más allá que seguir en busca de flotas españolas a las que hundir en venganza de mi padre. Ahora al menos en Cádiz podré buscar en aquella taberna donde una vez paré con Fer al que me avisó que era un buen amigo suyo y el cuál antes de morir me pidió que le entregase un manuscrito por él. Fue quizás una de las pocas cosas que me pidió junto a que cuidase bien de Ondina y toda la tripulación a bordo así como que luchase hasta el último momento y si este barco se hundía que yo lo hiciese con él, aunque esto último es más bien algo que se tiene como ritual en los capitanes, hundirse con su propio barco, pero los piratas no suelen hacerlo mucho ya que prefieren encomendarse a su enemigo antes que perder la vida y después huir como les sea posible. Recuerdo lo que Fer me dijo sobre ello.

-Nunca te encomiendes a otros piratas, no debas una deuda a nadie porque entonces esta solo irá a más y entonces ahí es cuando morirás de la peor manera que a ellos se les ocurra, antes ahogado que debiendo.

Esos pocos años que estuvimos juntos se comportó como el padre que perdí. El mar me había quitado a mi padre real para darme a cambio a uno pirata.

Con cuidado salgo de mi estudio para que los rayos de luz apunto de desaparecer tras el horizonte me alumbren el rostro por completo. No sé cuanto tiempo llevo metido allí pero al menos a la noche que se empezó la celebración yo ya estaba con los mapas y las posibles rutas a tomar ahora. Me había memorizado de memoria esos dibujos de tierra con dragones, sirenas y algún que otro torbellino en ciertas partes del mar que avisaban del peligro que podría encontrarse en esos lugares. Los dragones hablaban de las criaturas marinas temidas así como la creencia del Kraken el cuál emerge de las profundidades del mar con una figura como la de un pulpo o calamar enorme que devora los barcos con la tripulación abordo al completo. Los torbellinos te advertían de las fuertes corrientes donde más de un barco había desaparecido por la brutalidad de las mismas atreviéndose a enfrentarse a ellas pese a no tener los medios. Y las sirenas eran ellas, las mismas que desde los once años se habían dejado ver para mí junto a mi tío. Desde que me he montado en este barco no he vuelto a ver ninguna más allá de mis pequeñas imaginaciones como el día de la victoria donde el ondeante pelo marrón de la que conocí como Eva se hizo presente en mi mente.

Serea, la tradiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora