Hace 9 años...
Mi primera vez en la mar solo. El día ha amanecido con nubes y un aire que me ha llevado a taparme con un par de sábanas intentando que el frío no se colara por mis huesos pero ha sido difícil ya que incluso haciéndome una pequeña bola en la cama notaba que esa brisa fresca se colaba por todas las partes. El olor a comida me ha animado a levantarme de mi cama llevándome hasta mi madre que ha aprovechado la baja temperatura para hacer uno de sus espectaculares caldos con verduras, en un principio no me gustaban para nada pero al final de tanto tener que tomarlo en invierno para entrar en calor le he cogido el gustillo, eso sí siempre prefiriendo el de carne al de verduras.
Desde que he visto el cielo tan encapotado, como si no tuviese ganas de sonreír a la gente, sabía que mi tío me diría que hoy no nos podríamos montar en su pequeña barca para ir a ese sitio que se había vuelto tradición.
-Hugo tu tío vino mientras dormías- me dice mi madre al oírme cerca de ella-. Hoy no saldréis a la mar porque el temporal no pinta nada bien y lo que menos quiero es perderte a ti también.
Su voz quebrada con las últimas palabras se me clavó como una astilla en la garganta, no pude decir nada al pensar que hace más de un mes que deberíamos saber algo de mi padre pero no tenemos nada. Su habitual carta no ha llegado aún y como mi madre ha asumido, nunca llegará. Yo aún confío en que sea la carta la que se ha perdido, puede ser que le barco de mensajería se hundiese o su contenido, es decir toda la mercancía así como las cartas se mojasen y quedasen inservibles. Incluso pienso en cuanto de probable puede ser que mi padre se olvidase enviar esa dichosa carta poniéndome a pensar en lo fascinante que debe ser la nueva tierra a la que haya llegado, pero la tristeza que inunda mi casa así como el rostro de mi madre día tras día no hace más que apagarme a mí también. Puede que hoy acabe entendiendo porqué el sol no ha querido salir a dar los buenos días, al fin y al cabo yo tampoco quería hacerlo hace un rato cuando me estaba intentando hacer más pequeño de lo que soy con el recuerdo de mi padre agolpándose en mi mente.
-Vale, iré a dar una vuelta entonces, seguro que el mellado quiere jugar un poco conmigo o pasar un rato conmigo al menos.
-Si, vete con él, no te juntes con el hijo de la lavandera que ya sabes que lo de las sirenas no le gusta y son capaces de inventar cualquier cosa que te ponga en mal lugar.
-Tranquila mamá, no hay nada que inventar, las sirenas no existen y jamás podré ver a alguna, solo hago compañía al tío que le gusta pasar rato conmigo- sonrío acariciando su mano apoyada en la piedra de la cocina.
-Lo sé hijo, pero ve con cuidado- sus ojos me buscan.
Cruzamos una mirada cómplice, me vuelve a mirar como siempre con esa ternura que la caracteriza y mostrando el cansancio en ella pero igualmente dispuesta a dejarse la vida por salir adelante conmigo. Estoy seguro que si no llega a ser por mí probablemente mi madre hubiera ido a la deriva sin freno alguno e incluso mi tío hubiese sido incapaz de hacerse cargo de la situación. Soy una carga para ella y aunque siento el peso de ser una molestia siempre que la oigo llorar por cualquier parte de la casa también se que soy su motivo para despertarse cada día.
La comida la hacemos en silencio, sin que ninguno añada nada a ese tema de conversación que hemos tenido como último. La vida se nos ha vuelto silenciosa y yo me adapto todo lo que puedo a ella, observo mil veces como mi madre mira de reojo el sitio que debería ocupar mi padre dentro de tres días si es que volviera, si es que todo fuera bien en ese último viaje. En tres días estaremos en el puerto esperando hasta que anochezca para volver a casa con las manos vacías o el saber que todo había sido un mal entendido, pero al menos podremos dejar de pensar esas posibilidades de que vaya bien, o yo podré dejar de hacerlo porque ni si quiera sé si mi madre será capaz de ir al puerto nunca más para ver esos enormes barcos ir y venir, pero ninguno con su querido marido, mi padre.
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Serea, la tradición
Ficção AdolescenteCuenta la vieja leyenda que las sirenas son seres que pocas veces se dejan ver pero cuando lo hacen debes atenerte a las consecuencias. Un cruce de miradas inadvertido, el roce tras el hundimiento del barco o cualquier cosa que te involucre con ell...