Epílogo

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Diez años después...

Mis ojos se abren cansados, el día de ayer fue bastante agotador con la celebración de la nueva migración. En Serea las fiestas son mucho más grandes que en la ciudad o al menos que en mi casa. Ayer Eva cumplió sus 29 migraciones junto a toda su familia, esa en la que ya soy uno más. Costó en un inicio que me aceptasen, no confiaban en el hombre que había hecho desaparecer a su hija por dos años, pero aún así con ayuda de Samantha pude enseñarles que en parte soy parecido a ellos, algo en mí es marino. Por mi parte, la de mi familia, Eva solo debía conocer a mi madre que era la única persona con vida que desconocía ya que a mi tío lo había visto casi tanto como a mí durante los años donde jugamos a escondernos de todos. A mi madre no le costó aceptarla, de hecho intentó ayudarla cuanto pudo en el primer embarazo cuando yo solo tenía veintitrés años y ella veintidós. Para ese momento estábamos tan perdidos en la que se convirtió en nuestra pequeña casa que mi madre tuvo que venir a vivir con nosotros para que a su vez la de Eva nos visitase sin preocupación alguna ya que en ese tiempo de embarazo no fuimos mojados por el mar. Salió una niña preciosa, con el pelo del color de la madera tal como su madre y los ojos verdosos como las propias hojas de los árboles, el nombre no tuvimos que discutirlo ya que nos bastó con mirarnos a la par, con la pequeña en los brazos de Eva para comprender que nuestra primogénita llevaría el nombre de la persona que nos terminó por salvar la vida. Se desvaneció en el aire dejándose llevar hasta volver a nosotros con ella, Zulima.

Poco más de dos años después volvió a suceder, un nuevo embarazo y esta vez no solo era el de Eva sino que también se encontraba en cinta su hermana y el padre no podía ser otro que el chico de la mirada felina que había regresado a su propia casa tras años de abandono. Sus padres no se atrevieron acercarse mucho a él, pero el pueblo entero cuando le vio entrar con Eva a su lado entendió que se habían equivocados, así como Samantha no tardó en lanzarse en sus brazos tras reprender a su hermana con los malos años que había pasado. Yo mismo ayudé a Gato a construir una casa junto a la que ya teníamos Eva y yo, no era gran cosa teniendo en cuenta que lo único que habíamos hecho en nuestra joven vida había sido navegar, pero sirvió para darles un cobijo lejos de la población de ambos mundos tal y como Eva y yo habíamos elegido vivir. Aún recuerdo lo que me había dicho tras el primer mes en aquella casa.

"-Puede que muera algún día por lo mal construida que está la casa, pero sin duda mejor que morir entre humano o sirenas lo prefiero. Ahora comprendo por qué vivías tan feliz aquí con ella. Normal que quisiese volver." 

Ahora no solo vivíamos el uno al lado del otro sino que también teníamos dos hijos que compartían edad y locuras. Eran el vivo retrato de todo lo que hubiésemos hecho nosotros si tuviésemos aquella edad porque Damián y Bemus con el paso de los años se acabarían pareciendo a nosotros, lo hacían ahora con la mirada felina de Bemus y el pelo amarillo de Damián que tantas risas y regaños les había costado por parte de sus madres.

Cuando llegamos en el Ondina tras marcharnos de allí nunca pensé que acabaría teniendo el futuro que he formado ahora. Melusina no tardó en huir una vez que tocamos tierra excusándose con mil que haceres nuevos en este sitio tras darme el mejunje que acabó por cicatrizar toda la herida de mi espalda donde ahora solo queda una gran cicatriz por lo sufrido, una más para el recuerdo de mis vivencias. Hades sin embargo no tenía nada, ni familia, ni hogar al que acudir, al igual que los marineros que quedaban en el barco, todos perdidos sin saber cual sería su nuevo rumbo. Yo legué sin pensarlo mi puesto como capitán a Hades, no podía dejar al Ondina parado en las costas por lo que le pedimos tanto Gato como yo que viviese todas esas aventuras que alguna vez soñamos hacer los tres, le pedí que pusiese rumbo a Portugal, llegase a otra tierra y buscase mil tabernas donde poder llevarnos en un futuro a nosotros. Desde ese entonces solo nos habían llegado un par de cartas suyas contándonos cada lugar al que iba que era mejor que el anterior, pero no le habíamos vuelto a ver tras diez años.

Serea, la tradiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora