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Era una caracola diminuta, de color blanco como la espuma que baña al mar, y que tenía su forma conservada perfectamente algo que costaba bastante conseguir ya que la gran mayoría de caracolas, conchas y elementos que se recogían del mar solían estar dañados por los golpes que estos solos se daban unos con otros. También conservaba el color pese haber pasado tiempo oculta entre mi pecho y el borde de la camisa que siempre suelo vestir. La gente a veces se da cuenta de que hay un cordón en mi cuello e intentan que lo muestre, pero no lo he hecho ni lo haré, no me arriesgaré nunca a exponer de esa manera lo poco que me queda de Eva ahora.
Por suerte aún también conservo el recuerdo de su cuerpo hoy, del cambio que ha dado en estos dos años y que me podrá durar hasta un par de meses donde entonces solo tendré el color azul de su ropa y poco más que su pelo el cuál aún busco entre todas las mujeres que me cruzo por el camino.
Tumbado en la cama de mi propio cuarto que tengo gracias a ser capitán muevo el collar de un lado a otro. Según he visto a Eva irse no he vuelto a la taberna sino que he puesto rumbo de vuelta al barco y me he enjaulado en mi dormitorio para respirar tranquilidad. He cogido el collar de mi cuello enredándolo en mi mano derecha y desde a saber que hora no he podido parar de moverlo, de arriba a abajo, o de derecha a izquierda, acabando por dar pequeños círculos que rozaban mi nariz.
Notaba el tacto de esa caracola como los dedos de Eva, sentía como la misma chica que conocía a los once años en el mar me acariciaba la nariz pidiéndome tranquilidad mientras que con su otra mano deshacía los nudos de mi pelo disfrutando de cada mechón de pelo.
Echo de menos tantas cosas que incumplimos, saber que rompimos las bases de algo que nos explicaron y pidieron fue quizás una de las pequeñas cosas que me llevó a comenzar mi vida pirata dejándola atrás, porque la amaba y hoy al ver su figura y casi rogarle a Dios por poder verla la cara he sabido que la sigo amando tanto o más.
Oigo como el silencio que había en todo el barco es opacado por las voces de los que sin duda son un par de los piratas que se han retirado antes de tiempo de la fiesta que había en el Curioso. Me apresuro a colocarme el collar de nuevo en ese sitio donde lo refugio de miradas ajenas y preguntas incómodas.
-¿Capitán?- llaman junto a tres toques a la puerta esperando mi permiso.
-Adelante, estoy aquí.
-Menos mal, era el único lugar donde sabíamos que podría estar- dice el que ha llamado dando paso a Herrán.
-Todo bien chicos, id a descansar o si queréis seguir aquí la fiesta pero no queda gota alguna ya- recuerdo recibiendo su negación.
-Irán a descansar, para algo han venido que mañana hay que volver a navegar en busca de nuevos enemigos- interviene Herrán.
Sin decir nada más el muchacho sale de mi vista dejándome a solas con Herrán que no tarda en cerrar la puerta mientras yo me siento en la cama aparentando toda la normalidad que puedo después de haber visto a una sirena en tierra, y no a una cualquiera.
-Salió corriendo de la taberna a por aquella muchacha.
-Si, nada más me recordó a una joven pero como siempre no era ella.
-¿Me hablará alguna vez de esa mujer que parece buscar siempre sin cesar con la mirada? Sin duda tuvo que dejarle una buena marca para que no la haya olvidado.
-No es momento Herrán, estoy cansado y necesito dormir que mañana necesito estar pronto en pie para buscar rumbo nuevo.
-Está bien, pero que sepa que la chica que dejó en la barra parecía un poco dolida al marcharse.
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Serea, la tradición
Teen FictionCuenta la vieja leyenda que las sirenas son seres que pocas veces se dejan ver pero cuando lo hacen debes atenerte a las consecuencias. Un cruce de miradas inadvertido, el roce tras el hundimiento del barco o cualquier cosa que te involucre con ell...