1. La locura

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Hace 9 años...

He oído hablar siempre de las sirenas, esos seres que antiguamente se dejaban ver casi a diario, incluso dicen las leyendas que las sirenas llegaron a andar entre nosotros y probablemente hoy en día haya descendientes de esa mezcla entre humano y sirena. Puede que sea verdad pero mi madre me ha hecho saber que es todo habladuría ya que es así como explican la existencia de la mujeres que hacen brujerías y acaban ardiendo en las hogueras porque los hombres sin embargo tienden más a condenarles a la horca, como dice mi madre parece un poco más por cómo se oyen los gritos de ellas al arder y poder dejar allí sus cuerpos sin rostro como ejemplo de lo que no hay que hacer mientras ellos convulsionan colgados de una cuerda ya que el pecado está en el cuerpo de ellas.

Aunque muchos culpan a las mujeres de todos los males por esa hipotética presencia de sirenas en la tierra también hubo hombres con un aspecto similar a las sirenas a los que denominaban tritones en honor a Tritón el rey griego hijo de Poseidón en la mitología griega que había conseguido llegar hasta nosotros. Sin embargo, han pasado tantos años que solo nos queda una idea equivocada de todo aquello que pasó en un tiempo.

Pese a esto aún hay gente como mi tío que vive por ellas, es decir, al menos una vez a la semana entra al mar con un pequeño bote para poder acercarse hasta donde cuentan que más se han visto a estas sirenas. Aún todo el tiempo que lleva mi tío haciendo esto, antes incluso de mi nacimiento, nunca ha llegado a ver alguna pese a que jura haberle visto el pelo bajo el agua a una de las tantas que hay.

-Por favor, Héctor, deja de insistir en el tema, estoy cansada ya de siempre lo mismo- oigo a mi madre desde la cocina.

-Pero Ana, por favor déjame que le lleve, aunque sea una vez, no te lo volveré a pedir- dice la voz de mi tío en un ruego.

-Ese es el problema, con una vez bastará para que quiera acompañarte y entonces no serás tú quien insista sino él y bastante tengo ya con todos los problemas de su padre.

-Por Dios Ana, tu marido está bien solo se ha atrasado el barco porque ya sabes cómo va el mar, no es algo que se pueda controlar.

-No se puede controlar tienes razón, por eso intento frenar a mi hijo antes de llevarle hasta el oficio de su padre- oigo como mi madre deja el cazo con el que remueve la comida-. Héctor me costó mucho que José no le enseñara a navegar o cualquier cosa relacionada con montarse en un cacharro de esos que te mueven en el mar para que ahora tú le montes en uno y encima le enseñes una sirena.

-Sabes que las probabilidades de que veamos una son ínfima, incluso puede que antes me haga volver porque está hambriento a que lleguemos al sitio donde yo suelo ir- le reprocha mi tío.

-Pero ¿y si las veis? Lo que me faltaría ahora es que Hugo fuese a sus amigos diciendo que ha visto sirenas. Hay una madre que no parece gustarle mucho el tema de las sirenas y eso que ya sabes que es leyenda, pero se lo creé tanto que culpa a estas de la muerte de su hermano pequeño- Me acerco un poco más a la puerta de la cocina para oír la historia-. Dice que cuando estaban en el barco con su padre el ataque que sufrieron fue de piratas con la ayuda de sirenas ya ves tú los piratas iban a necesitar la ayuda de las sirenas- reprocha con ironía.

- ¿Solo por eso? ¿Cómo sobrevivió ella?

-Siempre cuenta que consiguió meterse en un barril de cerveza y con este llego a la orilla.

Pendiente de la historia no me doy cuenta de los pasos de mi madre acercándose hasta mí con la olla entre sus manos para dejarla en la mesa que ha montado mi tío en el pequeño salón, de ahí que esté en casa preguntando por si puede llevarme a lo que intuyo es ver sirenas. Cuando mi madre choca conmigo mi cabeza da en su cintura y pese el desequilibro que parece tener por momentos consigue que el contenido de la olla se mantenga intacto sin ser derramado.

Serea, la tradiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora