18. El peligro a veces es tu casa

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Hace 6 años...

Es un ritual ya el acompañar a mi tío por las tardes a ese pequeño lugar donde siempre vemos caer el Sol mientras el charla con la mayor de las sirenas. Samantha, toda morada en su pura esencia, con esa parte de arriba hecha de pequeñas estrellas y caracolas marinas que combinan con su color amarillo como el mismo Sol ardiente. En su brazo izquierdo tiene una mancha de nacimiento según nos ha explicado varias veces, un alga que cubre parte de su brazo, pero que lleva con orgullo reluciente sin importar todas las miradas curiosas que le he echado desde que nos conocimos, primero con miles de preguntas por hacer y después con asombro al compararlas con las manchas de nacimiento que nosotros tenemos que son marrones o rosáceas. 

Hoy solo estaba Samantha, se ha sentado en el pedrusco donde suele hacerlo junto a su hermana pero esta vez el hueco de Eva estaba vacío. En un inicio pensé que vendría más tarde porque a lo mejor sus padres la habían retenido un momento para ayudar o quizás algo la impedía salir. A medida que el Sol ha ido cayendo cada vez más mi nerviosismo ha crecido queriendo saber que había sido de ella, donde estaría y si acaso sus padres la habían encontrado volviendo de noche de la playa y la tenían castigada por hoy o para siempre. Mi tío ha sido quien ha preguntado cuando me ha visto removerme inquieto constantemente en la barca, ansioso por salir de allí, tirarme al mar y encontrar a Eva al otro lado del arco aunque me costase la vida. Samantha se ha limitado a decir que no la ha encontrado cuando venía para aquí ya que normalmente suele ser su hermana pequeña quien le recuerde que tienen la cita diaria con nosotros y por eso ha llegado algo tarde ya que al no estar ella se ha demorado buscándola sin obtener resultado.

Sin más respuestas nos hemos alejado hasta el puerto donde mi tío ha amarrado la barca mirándome de reojo al verme mordisquearme las uñas, cosa que suelo hacer cuando algo no sale como debería, cuando estoy nervioso.

-Hugo- dice mi tío ya los dos en casa.

-¿Si? ¿Qué pasa?

-Eso debería preguntar yo, pero se lo que pasa y quiero que sepas que Eva estará bien probablemente solo hoy no haya venido porque estaría con alguna amiga o amigo pasándolo tan bien que he se le ha pasado hasta el momento del día que era.

-Si, será eso.

Mi respuesta rápida de aceptación a sus palabras le asombran tanto como a mí, imaginarme que Eva se ha olvidado de ese pequeño ritual con nuestras familias me asusta ya que también se habrá olvidado de la casita en la playa donde ambos pasamos la noche mirándonos y hablando iluminados por la escasa luz de la vela que llevo siempre. Para mi suerte mi madre ya nos espera con la cena servida y en sus ojos está el cansancio que siempre la acompaña desde hace unos años. Una de las muchas secuelas que dejó la perdida de mi padre. La cena transcurre en silencio, ninguno de los tres hablamos si quiera para expresar lo bien que nos sabe el plato de pescado que comemos junto un par de patatas que ha plantado mi madre cerca de casa. Subsistir es lo que hacemos en casa, a veces si quiera no sé qué hecho más de menos, si a mi padre y el cariño que siempre transmitía o todo lo que había cuando estaba él y que parece que ha sido robado, como si hubiesen entrado a robar a casa y se hubiesen llevado solo las emociones, la alegría, el entusiasmo, la energía positiva de toda la casa e incluso las ganas de vivir que muchas veces le faltan a mi madre. Puede que eche de menos todo él, lo que significaba su presencia en casa simplemente.

Con los platos vacíos espero a que mi madre salga del pequeño salón con la misma escusa de siempre huyendo a su cuarto para dejarme vía libre al puerto donde me espera la barca de mi tío la cual me lleva hasta la casita de la playa que andando podría tardar media hora o una entera en ir hasta allí. Observo a mi tío que espera saber cuales van a ser mis movimientos mientras se sirve una larga copa de vino en su vaso.

Serea, la tradiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora