26. Mitades en la sangre

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Hace 3 años...

Había cruzado el arco, lo había hecho con ella rompiendo la única regla que intenté mantener en pie de todas las que me dictó mi tío porque desde luego que había tocado a Eva, la había tocado de más, más haya de lo que un humano es capaz de hacerlo, al igual que me había enamorado tanto como nunca pensé que dos personas se podían sentir atraídas no solo físicamente que en mi edad, diecisiete años, era más que obvio, sino también de todo lo que significaba ella o lo que era capaz de hacerme sentir con una simple mirada y una sonrisa en sus labios que siempre me tranquilizaba pasase lo que pasase. Sin embargo desde que crucé ese dichoso arco... desde que hace tres días me atreví a romper lo único que quedaba mi cabeza se ha vuelto oscura, un torbellino de ideas donde solo soy capaz de sacar conclusiones disparatadas. Eva achacó mi transformación a su caracola que yo portaba, pero me negaba a creer que era así, sabía que eso no era por una simple caracola porque entonces no debería habérmela dado tan pronto hace años sino que había algo más que se me escapaba. Solo había conseguido esa cola al cruzar el arco camino a Serea, a la vuelta mis piernas volvieron rápidamente y mis pulmones hicieron de las suyas al sentir que había pasado mucho tiempo sin tomar aire de la superficie por lo que de inmediato perdí la consciencia volviendo a despertarme en la playa donde ya lo había hecho con Eva acariciando mi pelo mientras canturreaba una dulce nana que me calmó cuando cogí varias bocanadas de aire pensando que llevaba tiempo sin hacerlo pese a que era lo que había hecho desde que me caí desmayado en el agua. 

-Hugo, ¿estás bien?- pregunta mi madre sentada a la mesa cortando judías.

-Si madre, solo algo distraído- me esculpo pasando mis manos por la cara acompañándola a la mesa.

-Llevas unos días algo perdido, ¿ha pasado algo que deba saber?- inquiere parando sus movimientos para mirarme alzando una ceja.

-No, nada que debas saber más haya que mucho trabajo. Puede que el viajar tanto con Zulima me esté agotando algo últimamente.

-Entonces dila que mereces un descanso, después de todo el favor que sigues haciendo por ella debería aceptarlo.

-Tranquila madre, no hay nada que no pueda soportar- digo guiñando mi ojo, sonriendo.

Mi tío entra en casa sin llamar a la puerta para mirarme, debe ser la hora de irse como cada día a ese rincón que si es el verdadero causante de mi estado. Hoy no me veo con fuerzas de enfrentarme cara a cara a ese puñado de rocas que parece mirarme esperando a que vuelva a cruzarlo ahora sin la caracola para resolver esa duda que tanto me carcome.

-¿Preparado hijo?- pregunta cerrando tras de sí acercándose a mi madre para dejarla un beso en la mejilla- Hola hermana, ya veo que estás entretenida.

-Si, como siempre para que cuando volváis podáis tragar y callar- le guiña un ojo con una leve sonrisa.

-Hoy no iré tío, me encuentro algo cansado- suspiro recostándome en la silla.

-Vaya, ¿solo es cansancio? - pregunta acercándose a mí para poner su mano en mi hombro- Debemos tener cuidado porque hay un brote de cólera por un par de pozos mal cuidados.

-Si, solo cansancio tranquilo. De tener cólera ahora mismo no estaría aquí creo yo.

-¡Hijo!- exclama mi madre abriendo sus ojos abrumada.

-Me refiero porque iría fuera de la ciudad para no perjudicaros madre, una vez me recuperase volvería claro, pero primero asegurarme de que no os pongo en riesgo.

Mi madre niega suspirando mientras se levanta para llevarse las judías a la cocina donde oímos como se entretiene en preparar la que será nuestra cena hoy. Mi tío centra su mirada en mí analizando la situación y lo que parece ser mi mala mentira para acabar acercando una silla hasta mi lado donde se sienta y espera a que cuente la verdad o lo más probable una pregunta que acierte con obtener la verdad.

Serea, la tradiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora