Extra: Ashlena

131 10 67
                                    

Lena

Veinte años atrás

—¿No estás enojada? —pregunta Daniel por milésima vez.

Evito revolotear los ojos e impactar el trapo que sostengo entre los dedos contra el muro que nos separa. Está agotando mi paciencia, obligándome a salir de mi papel de mujer abnegada y consecuente de sus actos y reacciones.

¿Qué pensaría mi familia si tuviese idea de todas las ganas que tengo de ahorcar a mi prometido?

Resoplo con fuerza y sus ojos cafés se elevan hacia mi flequillo, ese que se ha desarreglado por mi acción y ha dejado en revelación el color tan atípico de mis ojos. Endurezco el gesto cuando una de sus manos se dirige hacia mi frente, sus dedos arreglando mi cerquillo dejando cubierto nuevamente mi mirada.

Es una rareza en nuestra sociedad, debe ser cubierta siempre, hija. Era lo que repetía mi padre y era lo que fielmente creía Daniel.

Porque claro, ellos eran la típica representación de la belleza estereotipada por la sociedad elitista de la que formábamos parte.

—Estoy trabajando, Daniel —mascullo, alejándome de su toque.

Mi acotación lo incomoda, se remueve en su sitio detrás del muro que ahora me encuentro limpiando porque no sé qué más hacer bajo su atenta mirada. Debería estar atendiendo a los que ingresan a la cafetería, debería estar preparando bocadillos y no aquí puliendo la madera sólo para no hacerlo enojar. Daniel amaba crear espectáculos en el que siempre terminaba como la única víctima de mis decisiones.

—Sólo quiero saber si estamos bien, Len.

No, no estábamos bien. Nunca lo hemos estado porque nunca he querido estar bien contigo, deseo gritarle.

La campana de la entrada resuena indicándome que han ingresado a la cafetería. Debería atender a quienes han ingresado, sin embargo, me quedo aquí, inclinándome hacia el rubio que no deja de ahondar sobre un tema que no tiene sentido para mí.

—Es Lena —lo corrijo. Sabe que odio cuando acorta mi nombre—. Y ¿Qué ganas preguntando por algo que viene sucediendo desde hace ya bastante tiempo?

Su gesto se descompone, sus mejillas denotan la vergüenza que siente por la verdad que acabo de lanzarle.

—Muñeca... —suspira e intenta nuevamente llegar a mí—, sabes que te amo ¿Verdad?

Fallo cuando intento controlar la risa que brota de mis labios.

—Pues vaya forma de demostrarlo.

—Lena...

—Estoy trabajando, Daniel —repito—. Déjame hacer mi trabajo y conversaremos de lo que sea más tarde.

Lo escucho maldecir, veo cómo se eleva sobre sus talones, arrastrando la butaca hacia atrás y asintiendo mientras se arregla la corbata oscura.

—Paso a recogerte entonces —informa. Asiento en una conformidad que parece más una obligación que otra cosa. Su mano se estira a mi rostro, tirando de mi cuello hacia él para posar sus labios sobre los míos. Su toque me es indiferente—. Nos vemos, muñeca.

Sigo su camino hacia la salida y no es hasta cuando verifico que su auto se ha alejado del local que suelto el aliento que estaba reteniendo.

—Imbécil —murmuro.

Una risa ronca resuena a unos centímetros de mí. Con fiereza busco el origen y me topo con dos hombres sentados a un par de bancos de donde se encontraba Daniel.

LA ODISEA DE ASHTON (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora