Capítulo 38 - II

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0700 Hrs

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0700 Hrs

—Así que aquí estaban.

Ambos ladeamos los rostros para observar a Thomas. Está vestido de informal, pero gracias a la ligera robustez extra que tiene puedo estar seguro de que tiene un chaleco antibalas acoplándose a su musculatura. Quien no lo conoce tan detalladamente ni lo percibiría, y es que con su tamaño y su porte ese cuerpo es casi tan similar al que de por sí tiene.

—¿No se suponía que debíamos partir a las cero horas? —pregunta Gale, quien dejó atrás la bata de laboratorio, quién ahora luce una perfecta trenza que le cuelga sobre el hombro derecho y quién luce unos shorts cortos con una camiseta blanca. Los lentes de sol se posicionan seguros sobre el puente de su nariz y ocultan sus ojeras.

—Hubiera sucedido así, si ciertas personas en lugar de estar en un laboratorio estuviesen en el helipuerto conmigo tal y como se coordinó.

Ada gira por completo, cruzada de brazos, capturando por un instante su labio inferior entre los dientes.

—¿Es una queja lo que escucho, agente?

Thomas intenta ocultar la diversión, pero sus ojos lo delatan.

—No, por supuesto que no, directora.

—Eso creí.

Pero cuando Gale sonríe, él sabe que puede acercarse sin permiso alguno. Me trago la regañina que quiere salir de mis labios porque por más que insista una y otra vez, él jamás la tratará como superior: con formalidad. Y ella lo prefiere así, por lo que no puedo ir en contra de sus órdenes.

Nos encontrábamos en la azotea de la torre de Ansel. Mientras ella se duchaba y alistaba para su viaje, le dije que la esperaría aquí, minutos después me dio el alcance y desde entonces hemos estado gozando del silencio y de la vista panorámica que teníamos de este lado de California. Había un gigantesco parque detrás de nuestra oficina, desde aquí podíamos verlo, así como podíamos disfrutar del amanecer de nuestra ciudad junto con los ciudadanos que salían a caminar, a trabajar o simplemente a disfrutar de una ciudad que, contra todo pronóstico, despertaba con la esperanza de su lado.

Estábamos apoyados en la barandilla, inclinados sobre la misma, sin intercambiar ninguna palabra. Sólo haciéndonos compañía.

—Bueno... creo que yo iré a chequear por última vez mi departamento. Nunca me ha gustado dejar a mi gente así de improvisto.

Asiento y ambos la vemos desaparecer por la puerta metálica que te guía a la única escalera de escape que te permite llegar hasta aquí.

—¿Fue todo tan desastroso como me lo contó Jeff? —pregunta al fin, una vez estamos solos.

Mi cabeza cae inclinada hacia abajo, mis hombros se encogen y mis brazos apoyados sobre el acero sostienen mi peso.

—Lo fue.

LA ODISEA DE ASHTON (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora