Capítulo 10

199 14 41
                                    

05 de enero, 2019

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


05 de enero, 2019

2330 Hrs

Cuesta demasiado concentrarse en medio de tanto libertinaje.

Hay cuerpos saltando, rozándose con otros, girando, moviéndose de un lugar hacia otro y desapareciendo a cada segundo. La música resuena por este claustrofóbico espacio. Es demasiado pequeño, tan escaso de paz y de control; el ambiente es abrumador, pero parezco ser el único en notarlo.

-Aquí tienes -elevan la voz a mi lado. La adolescente detrás de la barra me extiende la bebida que he pedido hace unos minutos. Es el segundo trago que bebo desde que llegué.

He bailado y aparentado ser uno más del montón, compartir los deseos por embriagarme por los gritos, por el sudor, por la sensación de perderme en mis propios sentidos y en la música que no deja tronar en mis oídos.

Le dejo un par de billetes sobre la barra, lo suficiente para poder seguir pidiendo más sin ningún inconveniente; tomo el vaso y lo llevo a mis labios.

Es uno bastante moderado, no contiene demasiado alcohol y pese a ser más un trago femenino que masculino, me agrada.

Regreso la mirada hacia la pista y de inmediato reconozco la peluca pelirroja ondulada que se adhiere a la cabeza de Layna Danver. Lleva puesto un diminuto vestido blanco que se amolda a sus curvas, sus piernas largas lucen un bronceado reciente y los lentes de contacto verdes relucen bajo los reflectores parpadeantes. Sus movimientos son una clara invitación a lo pecaminoso, tiene el rostro ido y su cuerpo se ve demasiado relajado; a simple viste luce más allá del estado etílico. Parece drogada y no soy el único que lo nota.

Hay buitres que la rondan porque con ese color de cabello y ese vestido que parece resaltar entre tanta luz psicodélica atrae las miradas de cualquiera. Sus manos recorren su piel sobre la tela del vestido, el descenso es lento, cautivador y cargado por una pasión excesiva asfixiante; sus dedos rozan la piel expuesta de su escote hasta llegar hacia el tan trabajado abdomen que tiene.

Su rostro está inclinado, exponiendo el delicado y blanquecino cuello que tiene; hay un sonrojo notorio cubriéndole las mejillas, sus labios reposan entreabiertos capturando la atención por el color rojo que los impregna. Sus ojos están cerrados, llevan aislados del mundo desde que inició la canción hasta que finalmente los abre y no tarda más de cinco segundos en encontrarme.

Nuestras miradas chocan por un mero instante antes de que la suya se dirija a la entrada del lugar.

Antes de copiar el gesto adivino lo que ha sucedido.

Ha llegado.

En cualquier otra ocasión su entrada habría sido espectacular, de esas que arrebatan suspiros, de esas cargadas con un magnetismo imposible de controlar porque el hombre exudaba atractivo y seguridad y esos eran dos factores que cautivaban hoy en día.

LA ODISEA DE ASHTON (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora