Capítulo 12

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07 de enero, 2019

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07 de enero, 2019

1100 Hrs

Alfred Mills estaba al borde del colapso.

Habían pasado poco más de sesenta horas desde que lo interrogué y le di el ultimátum. Debía estar preguntándose: ¿Por qué no ha regresado si necesitaba que le brinde información?

A las veinticuatro horas posteriores al interrogatorio infiltré la grabación de Mills para que Host intercepte el mensaje que fue enviado como documento probatorio hacia Washington. Si de verdad manipulaba las comunicaciones de esa oficina, no le costaría nada toparse con la prueba de la traición de uno de los suyos.

Hace noventa y seis horas puse a su hija a salvo y doce horas después adjunté todas las fotos de Dalia Mills siendo vigilada y perseguida por los hombres de Host junto al collar que le arrebaté para que se lo entregasen a Alfred.

Me habían notificado las constantes peticiones que él había hecho para verme y lo he estado posponiendo por ahora porque necesitaba hacerle entender que yo no necesitaba de él, que no se trataba de una negociación, no cuando la estabilidad de su familia dependía de mí.

Quien tenía el poder aquí era yo y si lo hubiese visitado cuando se lo prometí, sólo habría demostrado mi desesperación.

Por todos esos motivos, Alfred Mills estaba a punto de desfallecer por el pavor. Lo podía a ver a través del cristal que separaba nuestras habitaciones. Le habían dado un traje de recluso azul y pese a que se le ofrecía baño, lucía descuidado, con la barba irregular y sucia, con las ojeras marcadas debajo de sus ojos y la tensión cubriéndole los hombros.

La habitación era sombría de por sí, pero su aura eclipsaba cualquier oscuridad. Incluso la iluminación que caía sobre él desde el techo parecía no ser capaz de tocarlo porque hasta aquí percibía su creciente locura.

La postura que tenía decía mucho de él, sus hombros caídos, el rostro inclinado y con la mirada estancada en sus manos encadenadas a la mesa, todo en él gritaba rendición. Quizás por la preocupación, quizás por el miedo o tal vez porque aceptó un destino del cuál no podía escapar.

Si salía, Deust lo perseguiría y si no salía sabía que en cuanto terminara de sernos útil sería trasladado a la prisión nacional y ahí también Deust lo mataría.

No había opción de salir vivo de esta, pero la idea de que su familia pase por lo mismo era la razón que lo tenía así.

Estaba encadenado a sus propios miedos.

Y era justo por eso que yo estaba aquí. Había conseguido derrumbar esa actitud confiada al alimentar su incertidumbre con mi desinterés por una tregua, lo debilité emocionalmente al demostrarle el peligro que corría su familia y sus temores crecieron al escuchar de mis negaciones para un encuentro con él.

LA ODISEA DE ASHTON (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora