Capítulo 38 - I

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16 de enero, 2019

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16 de enero, 2019

0540 Hrs

Existen días en los que despierto rogando porque todo sea una cruel pesadilla. De esas que logran ser olvidadas con el transcurso de las horas, de esas que por más terrorífica que sean no te altera en lo más mínimo porque en el fondo sabes que nada es real.

Aun cuando el miedo, el llanto y el dolor parece quemarte a fuego vivo, no es real.

Cuánto quisiera yo que esto tampoco lo fuera.

He perdido la cuenta de las veces que imploraba por despertar de esta eterna pesadilla que no hacía más que empeorar a cada nada.

Pero nada cambiaba.

Nada mejoraba.

O, a veces, así lo sentía.

Porque era malditamente real.

Tan real como los resultados que tenía entre mis manos y llevaba varios minutos observando.

Ni con todo el cansancio que sentía podía apartar mis ojos de lo que sostenía. Debería ser inconcebible que actos como estos sean la realidad de muchas personas que vagan libres sin ningún cargo de consciencia por el daño que ocasionan en el resto.

El recuerdo de Lydia cuando la encontré en aquella habitación, el recuerdo de los jóvenes que servían en el casino, la multitud de adolescentes y niños que huían de ese foso en el que estuvimos, el cuerpo que me enseñó Barnett horas atrás...

—Toma, necesitas esto. —La voz de Ada se sumerge entre mis pensamientos, alejándome de la ira que empezaba a galopar con fuerza a través de todo mi sistema. Y no es hasta que me quita los documentos que noto la fuerza con la que sostenía las hojas.

Logra colocar el envase del café entre mis manos, la temperatura consigue brindarme algo de calor porque con todo lo que había sucedido aquí en las últimas horas, me había quedado helado.

Estaba sudando frío con cada parpadeo que daba.

—Gracias.

Gale lucía agotada también, en realidad, todos lo estábamos, pero eran ella y Ansel quienes lucían como si no hubiesen descansado por semanas. Sus ojos estaban hundidos, sus párpados denotaban cansancio y la forma en la que traía atada la melena rubia evidenciaba la locura en la que naufragábamos.

Ya no estábamos en el laboratorio. No podíamos soportar el estar otro segundo ahí y, en especial, no soportaba las miradas que con disimulo Ansel y Sawyer me daban.

No era un secreto para nadie el que mi hija se encontrara de ese lado del averno, por lo que mientras más conocíamos de este método de sumisión, la inquietud de ellos para conmigo se sentía más palpable.

A tal punto de asfixiarme.

Lo sobrellevé magistralmente porque mi prioridad era terminar con el estudio, era descubrir lo que sucedía aún cuando con cada gesto mis hombros se inclinaban por el peso que desde hace más de un año cargaba encima.

LA ODISEA DE ASHTON (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora