Capítulo 1.

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— ¿Olivia...?— el muchacho de la entrada hace un ademán de duda. Yo me aclaro la garganta e intento no lucir tan sorprendida con las instalaciones que se esconden tras esa enorme reja que, a estas alturas, ya no sé si es de metal u oro puro.

Una sensación de nerviosismo recorre mi cuerpo; quizás debí haber elegido mejor mi atuendo. Quizás unos jeans rasgados y una playera de una banda de rock no fueron la mejor idea, pero mis viejas maletas ya están aquí y no pienso ir a ninguna parte.

A menos que el chico de la entrada me saque.

Bueno, honestamente, no tiene pintas de querer sacarme, y aunque las tuviera, estoy segura de que me podría defender bien. O al menos, eso espero. 

Mis pies se mueven con nerviosismo; a mi alrededor, las personas caminan como si yo no existiera, lo que de momento es bueno porque odiaría que alguien se dé cuenta de lo patética que me veo cuando estoy completamente perdida. 

Cuando me dijeron que vendría a la escuela más grande del continente, nunca pensé que sería algo como esto; todos esos folletos definitivamente no le hacen honor a lo que realmente es el Internado Elkeles. 

— Noboa— carraspeo— Olivia Noboa.

— Olivia Noboa— el muchacho saborea mi nombre y comienza a marcar en su teléfono, lo que me da un poco más de tiempo para observarlo.

Sí, es guapo, aunque demasiado joven para cuidar una escuela tan enorme, sobre todo porque es demasiado pequeño y no parece asustar a nadie. Su liso pelo castaño cae por encima de su rostro de manera escandalosa, por lo que tiene que estar cada cierto rato pasando la mano por sus cabellos para que no interrumpan su visión; sus delgados labios intentan sonreír cada vez que me posa la mirada encima y sus ojos cafés se transparentan tanto que a ratos parecieran ser pardos.

Aparte de su postura desanimada y la inseguridad con la que me observa, no pareciera ser un mal tipo.

—Hay una chica aquí... Olivia Noboa— habla él por el parlante del teléfono, y hasta este entonces no me había percatado de que todavía no le pregunto su nombre.

Probablemente es Carlos. Tiene cara de Carlos.

— Oh— suelta él de repente, observándome por el rabillo del ojo. El muchacho se aleja unos cuantos pasos pero desde donde estoy aún puedo escuchar lo que dice, y honestamente, preferiría que esa conversación se apresure porque el frío que está llegando a mi cuerpo es demasiado fuerte como para no sentir que me estoy congelando, y ahora que le doy unas cuantas vueltas, ni siquiera sé si traje mis guantes de lana en mi maleta.

El muchacho corta el teléfono de golpe y se gira sobre sus propios talones para observarme. Él se encoge de hombros y esconde sus manos en ese pantalón de guardia que hace juego con todo el resto de su uniforme. Puedo notar cómo se le dificulta un poco hablar en voz alta debido al viento que suena a nuestros alrededores. Después de todo, esta parte del pueblo está cerca de la montaña. 

— ¿Y bien?— pregunto. Él medio sonríe.

— Lo siento— sacude el rostro, de repente acercándose a mí para ayudarme con mi equipaje— la asistente de la señora Dufort olvidó decirme que llegaba una nueva estudiante hoy— él se acerca a mí para coger mi maleta en su hombro— todos los estudiantes nuevos llegaron hace una semana, así que probablemente sólo se le escapó.

Yo asiento y me dejo ayudar. Él coge mis dos maletas y observa aquella reja como si estuviera dándome el permiso para que yo ingrese, así que lo hago, algo insegura.

— Soy Evan, por cierto— se presenta, y justo cuando estoy a punto de decir algo, el enorme portón que cuida el ala de la escuela financiada amablemente por los Dufort se abre de manera automática y yo tardo unos cuantos segundos en darme cuenta de que Evan está presionando un botón desde su dispositivo celular.

NIGHTEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora