Capítulo 31.

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Han pasado unos cuantos días desde que ocurrió eso en el bosque. Después de lo ocurrido, Maxine sugirió que debía descansar, así que Vince me llevó hasta mi habitación, pero la puerta estaba cerrada, y ruidos raros se escuchaban desde adentro. Ambos asumimos que Dalia y Evan no querían que los molestemos, así que Vince propuso que fuéramos a la suya, y eso hicimos. 

No dijimos mucho desde que salimos del bosque, porque supongo que ahora, ambos sabemos lo mismo. Las sospechas de Vince se han confirmado y cada vez es más oficial que soy la reencarnación de esa reina que los demonios tanto adoran. 

Ese día, cuando me quité los zapatos y dejé caer mi cuerpo en su cama, me sentí extremadamente agotada y sin energía. Maxine dijo que era normal sentirse así; que había batallado mucho contra mis recuerdos, y que eso había hecho que quedara exhausta. 

Los recuerdos de mí asesinando a Lazcani hacen que todo se vuelva un poco más confuso en mi cabeza; no puedo creer cómo es que mi mente olvidó y reprimió eso durante tantos meses, pero, al mismo tiempo, no es como si alguien hubiera intentado que lo recuerde.

La policía no le dio importancia, la trabajadora social no le dio importancia. Nadie le dio importancia a lo que ocurrió esa noche; a lo que me ocurrió a mí. Nadie nunca me sugirió ir a terapia, nadie aconsejó que lo mejor sería hablar lo que pasó. 

Los días pasan y yo no dejo de pensar en eso. Vince y Marcus se acercaron a hablar conmigo sobre ese tema hace unos días atrás, pero les dije que no. Que todavía no estoy lista y que todavía necesito un momento para pensar las cosas.

Me he pasado la semana vagando en clases como un fantasma. Voy y me siento en el taburete, pero soy consciente de que no soy capaz de procesar información alguna. De pronto, me he empeñado en pensar en Lazcani.

Ese viernes, Vince me va a buscar a la biblioteca. A pesar de estar un poco abrumada aún, lo acompaño por ese enorme sendero y rápidamente me doy cuenta de que nos estamos dirigiendo hacia su habitación. Él me charla animadamente hasta que llegamos al cuarto, y yo dejo caer mi cuerpo en la cama de Vince. Se siente pesado y quejumbroso, y él no tarde en ponerse de pie a unos metros de mí, observándome con una mueca de tortura. Es esa mueca de siempre; esa que me hace recordar que no deberíamos estar sucediendo.

Él y yo no nos hemos besado en un buen rato. Tampoco me ha vuelto a tocar el tema de la reina Mens, ni se ha esmerado en que yo piense que somos algo. Sin embargo, seguimos con esas pequeñas interacciones; tocarnos el meñique de vez en cuando, o sonreír por algo estúpido que dijo el otro. Aunque debo decir, esta semana es él quien se ha esforzado en sacarme las sonrisas.

Supongo que, en el fondo, también se siente un poco culpable por lo que sucedió esa noche. Piensa que pude haber muerto, cosa que es cierta, pero sobreviví. 

— No me mires así— le pido después de un rato, y de inmediato sus facciones se suavizan. Él acorta la distancia que hay entre nosotros y se recuesta a mi lado en la cama. 

— Te miro porque eres preciosa— dice nada más, y así de fácil, mis pensamientos son dejados a un lado solamente porque me he comenzado a ruborizar.

Puedo notar que él está haciendo un esfuerzo por no tocarme, así que doy el paso yo. Muevo lentamente mi mano hasta la suya y dejo que nuestros dedos pequeños se junten como lo han hecho estas semanas en nuestros intentos por coquetear. 

Vince traga una pequeña bocanada de aire. Nuestras miradas están fijas en el techo y nuestros corazones están latiendo con fuerza; el silencio nos permite descifrar eso. Al igual que yo, él luce algo nervioso; y al mismo tiempo, relajado con mi compañía. 

— ¿Puedo preguntarte algo?— digo de pronto, sin más. Hay algo que ha estado pellizcando en mi corazón y que no he querido dejar salir, pero sé que me haría bien hacerlo. Quizás, incluso, a ambos. 

NIGHTEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora