Capítulo 2.

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¿Unas campanas sonando? ¿Serán las puertas del cielo? ¿Finalmente ha llegado mi momento de conocer a los ángeles? ¿En serio morir sería tan simple? ¿Quién me llama? ¿Quién grita mi nombre con tanto esmero? 

— ¡Olivia, por el amor de Dios!— una irritada voz cercana me despierta de mi sueño profundo. Doy un enorme respingo en la cama sólo para darme cuenta de que Dalia está agitando mi cuerpo y que la alarma de mi despertador no deja de sonar— ¡tu despertador me está volviendo loca! 

— Lo lamento— suspiro, sólo para darme cuenta de que Dalia ya está bañada y vestida y yo ni siquiera puedo conseguir ponerme de pie.

Maldición. 

— Más vale que te apresures o se comerán todo el cereal— es lo único que dice antes de dejar la habitación.

Yo me siento en la cama unos cuantos segundos y observo cómo la luz del día entra por la ventana; el reloj marca las siete en punto, lo que me da tiempo de sobra para tomar un pequeño baño. El día se ve sombrío y oscuro, como si al paisaje le hubieran puesto un filtro azul encima. El viento hace que las ramas de los árboles choquen contra el instituto y que el sonido helado llegue hasta mis oídos.

Elijo una de las toallas de mi mueble y dirijo mi cuerpo hasta la ducha para dejar que el vapor empape por completo mis poros. Una vez que estoy lista, pongo la toalla alrededor de mi cuerpo y busco mi uniforme para observarlo con cierta cautela.

Honestamente, nunca en mi vida había tenido que usar uniforme para ir a la escuela, pero supongo que todo es distinto aquí; por lo general mis otras escuelas no tenían enormes fuentes de agua ni rejas altas y siniestras.

Dejo salir un suspiro y meto mi cuerpo adentro de esa falda negra y esa blusa blanca con bordes en tonos rojos. Me doy un vistazo al espejo que Dalia tiene colgado en su lado de la habitación y peino mi larga cabellera rubia para luego poner un poco de máscara en mis pestañas alrededor de mis ojos verdosos, y otro tanto de labial rojo en mis labios. 

— Ya está, supongo— digo por lo bajo, cogiendo mis cuadernos para guardarlos en mi mochila. 

Hago mi camino entre el grupo de chicas que se están apresurando también para bajar las escaleras. A lo lejos puedo ver a Dalia, Evan y Nikola terminar su desayuno así que cojo una manzana y decido comerla camino a la escuela; afortunadamente, mi primera clase es matemáticas y Evan es mi compañero de clase, así que no tengo que preocuparme de lo mucho que tardaré en encontrar el salón porque él se ofrece a acompañarme.

— ¡Los veo después de clases!— exclama Dalia, desapareciendo por las escaleras para dirigirse a su clase de Latín junto a Nikola. 

— Tu amigo es muy silencioso— comento a medida que caminamos. Evan se encoge de hombros y después de unos segundos simplemente asiente.

— Sólo es desconfiado— me cuenta, y no sé que significa eso pero estoy demasiado somnolienta como para indagar. 

Mi compañero de clases y yo hacemos nuestro camino entre la multitud de estudiantes hasta llegar al salón.  Cuando llegamos, la habitación ya está casi llena de gente y no puedo distinguir casi ningún asiento vacío.

— Evan— la mujer que está al interior de la espaciosa e iluminada aula nos observa de reojo antes de volver la vista en el libro que está en frente de ella— llegas treinta segundos tarde.

— Lo lamento— se excusa el muchacho— estaba enseñándole el lugar a Olivia. 

La mujer se quita los lentes y dirige su rostro en mi dirección; luce como de cincuenta años, su cabello pelirrojo reposa amablemente sobre sus hombros y sus ojos celestes me observan con curiosidad. Tengo la sensación de que está a punto de decir algo, pero nada sale de su boca hasta después de varios segundos. 

NIGHTEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora