NIGHTED

Capítulo 24.

Durante la semana que sigue, Vince y yo hemos estado escabulléndonos cada noche en la biblioteca. No hemos hablado de demonios, ni de reinas, ni de reencarnación, ni de brujas, ni de nada que no esté dentro del alcance del conocimiento de una persona normal; simplemente nos sentamos entre medio de ese viejo estante de biblioteca y leemos algún libro, o me ayuda a estudiar para esa semana de exámenes. 

De vez en cuando, él se atreve a coger mi meñique con el suyo, o yo tomo el valor suficiente para dejar reposar mi rostro en su hombro; sin embargo, no hemos vuelto a besarnos. 

Está bien para mí, de todas maneras. Con tener su olor ingresando constantemente por mis fosas nasales es más que suficiente. 

Por otra parte, Calvin ha estado ignorándome toda la semana. Su rostro sigue morado de aquella noche en la que discutió con Vince, a pesar de que Vince ya se haya sanado, y a veces, cuando nos ve juntos, nos regala pequeñas miradas de frustración. Yo he intentado coger valor e ir a hablarle; explicarle que me cae bien y que podemos ser buenos amigos, pero, por algún motivo, no lo he hecho. 

En cuanto a Dalia, me he limitado a contarle lo que necesita saber; que Vince me lee libros de vez en cuando y que nos llevamos bien, pero, obviamente, no le he dicho sobre todo el asunto de los demonios. 

Con el pasar de los días me he dado cuenta de que Vince pareciera tener una personalidad dentro de otra. La primera vez que lo conocí, la noche en la que se coló en nuestro edificio, me pareció que era un chico extraño, pero, de alguna manera, divertido. Luego, cuando me confesó su secreto, creí que en realidad no era extraño; sino engreído, fácil de hacer enojar, e impulsivo. Ahora que me siento a su lado todas las noches para comentar nuestras lecturas favoritas, me doy cuenta de que sí es todo eso, y mucho más. 

La mayor parte del tiempo, no puedo dejar de sonreír cuando estoy a su lado (sobre todo cuando se pone a imitar la manera en la que él se imagina que hablan los personajes de los libros). Hace bromas genuinas, livianas, y coquetas, como pellizcar mi nariz cuando me acerco demasiado a él o fingir que va a darme un pequeño empujoncito sólo para coger mi muñeca y acercarme un poco más a él. 

La otra parte del tiempo; esa en la que está serio, antes solía intimidarme un poco, pero ahora he descubierto que es simplemente la manera en la que sus facciones se amoldan a su rostro. Está serio cuando me escucha con atención, cuando le leo mis pasajes favoritos, o cuando le cuento algún dato curioso con la esperanza de que no lo conozca. A pesar de que él siempre parezca maravillado de aprender algo nuevo, sé que es información que ya tenía almacenada en algún lugar de su cerebro. 

Ese viernes por la noche, Vince y yo nos quedamos ordenando los libros de la biblioteca. Ya se ha hecho de noche y la lluvia golpea la ventana con fuerza, pero adentro, la calefacción está encendida y me mantiene cálida. 

Vince se ha quitado el suéter y lo ha dejado colgado en una silla. Luce algo agobiado, así que aprovecho la oportunidad para romper el silencio y, de paso, tomar una enorme bocanada de aire al momento que dejo de posponer mis dudas. 

No soy estúpida. Sé que las cosas con Vince van a salir terrible si siguen así. 

— Si quieres, puedo apagar la calefacción— digo a medida que lleno el formulario de los libros que faltan. Él se gira mientras guarda el ejemplar de la Iliada en el estante de los clásicos, y sus facciones se tiñen de confusión— sé que a los demonios no les agrada mucho el calor— le explico. 

Una pequeña sonrisa se desprende de la sonrisa del muchacho.

— Está bien—  me asegura.—  Sé que a los humanos no les gusta el frío. 

Una punzada de dolor se posiciona en mi estómago con ese intercambio. Me recuerdo, una vez más, que somos distintos, y que lo nuestro es prácticamente imposible.