Miro al tipo que trabaja con mi padre como si quisiera matarlo. A él parece no importarle que lo mire de tal forma, ya que me ha ignorado durante todo el viaje.
—Hora de bajar —me dice el tipo. Por cierto, el tipo se llama Mario.
—No quiero.
—Tu padre me dijo que, si era necesario, te jalara de la oreja —dice de manera relajada.
—Tú haces eso y te demando —me cruzo de brazos.
Él sólo se encoge de hombros, y al ver que no tengo intenciones de levantarme, toma una de mis maletas y la lanza fuera del helicóptero.
—¡Hey! —me quejo.
—Si no entiendes por las buenas, tendrá que ser por las malas.
—¡Vale! —grito al ver que está a punto de lanzar otro de mis bolsos —me voy a bajar, pero no toques mis cosas.
De mala gana saco mis cosas, mientras el idiota de Mario está en una llamada de teléfono. Ni siquiera sé cómo tiene señal si el lugar en el que estamos está completamente desierto.
—Tu tía ha conseguido que un amigo te venga a buscar y te lleve al pueblo.
—¿Pretendes dejarme con un desconocido? —me quejo.
—Tanto tú como yo sabemos que te sabes defender muy bien —dice en tono de burla.
—¡Agh! Eres un idiota —me cruzo de brazos.
—Allí viene tu transporte —dice Mario con un tono de burla en su voz.
Me giro para mirar en la misma dirección que él y entiendo a qué se debe su tono burlesco.
Un hombre viene sobre una carreta, la cual es arrastrada por dos vacas. El hombre canta a gritos una especie de canción un tanto campestre y se detiene al lado de nosotros.
—Buenas tardes —dice el hombre —Usted debe ser el señor Mario —Mario asiente —Un gusto —el hombre se baja de la carreta —Yo soy Juan —le extiende la mano en forma de saludo y usted debe ser la señorita Sierra —asiento un poco desconfiada —Su tía Jannet me envió por usted.
—Esta es mi señal para irme —dice Mario —además de que tengo que llegar a una reunión con tu padre.
—No me dejes aquí, por favor —chillo hacía Mario.
—Adiós, Sierra —se despide Mario.
—¡Mario! —me cuelgo de su brazo.
—Recuerda que puedo jalarte de la oreja —me recuerda.
Me suelto de él y al girarme, Juan ya está subiendo mis cosas a la carreta. Mario se despide con la mano y sube al helicóptero de la empresa de mi padre.
—Sus cosas ya están arriba —me informa Juan —¿Necesita que la ayude a subir? —miro la carreta y niego con la cabeza.
Como no me queda de otra, porque no pretendo quedarme sola en este lugar, me subo a la vieja carreta intentando no ensuciar mi pantalón, ya que hay una extraña mezcla de paja y polvo.
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Jugando con la Realeza
Ficção AdolescenteLas promesas y la realeza eran las cosas más anticuadas para mí. Decir algo que no ibas a cumplir y ver personas que se quedaron estancadas en los siglos pasados, no, no me agradaba, era algo ñoño. Además, yo era una chica a la que le gustaba ir en...