𝓒𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸 34

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Miro la cara del sacerdote y siento ganas de reírme

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Miro la cara del sacerdote y siento ganas de reírme. El hombre ya está bastante cansado de esto, y yo también, pero ver su rostro de aburrido hace que esto no sea una completa pesadilla. Mi madre me ha tenido toda la semana anterior y el día de ayer, ensayando como será la boda con Camille.

Mañana es el gran día, nótese el sarcasmo, y todos parecen felices, excepto yo, aunque intento ocultarlo. No me agrada la situación, pero tener todos los días el apoyo de Sierra ha vuelto este caos un poco más aceptable.

Saco el celular de mi bolsillo para responder el mensaje que Sierra me envió hace unos minutos.

Sierra:
¿Ya comenzó la tortura?

Felipe:
En proceso. Se toma bastante en serio lo de llegar tarde.

Sierra:
Mi más sentido pésame.

La marcha nupcial suena por milésima vez y volteo los ojos.

Felipe:
Te hablo al rato.
Tortura en proceso.


Bloqueo el celular y lo meto en mi bolsillo para girarme a mirar a Camille con un ramo falso caminar por el pasillo. Lleva una radiante sonrisa, al igual que en todos los ensayos anteriores, ni siquiera sé cómo puede sonreír tanto ¿Acaso no le duele la cara?

Llega frente a mí y el sacerdote comienza a repetir lo mismo que los días anteriores, aunque ahora parece una máquina robótica. Me apiado de ese pobre hombre.

Arturo me mira desde la primera banca y me da una sonrisa malévola, lo que me deja en claro lo que hará.

—¡Yo me opongo! —grita y suelta una carcajada.

—¿Podrías tomarte esto en serio? —lo regaña mi madre —¡Comencemos de nuevo!

—No, mamá —me quejo —ya tenemos claro qué hacer. Por hoy sería mejor descansar.

—Felipe tiene razón —dice Camille para mi sorpresa —yo necesito tomar una siesta, porque mañana tendré que estar en pie temprano.

—Está bien, linda —sonríe mi madre —mañana será un día perfecto. Te acompaño.

Mi madre toma del brazo a Camille y salen juntas conversando acerca del día de mañana y de lo linda que se verá en su vestido, el que claramente no he visto porque puede ser de mala suerte.

—Ya se puede retirar —le digo al sacerdote.

—Gracias, príncipe Felipe —hace una pequeña reverencia.

Espero a que el hombre se retire y me bajo del altar para sentarme junto a mi hermano, que aún sigue con una risita burlona por lo que hizo.

—Deberías hacerlo mañana —le digo.

Jugando con la RealezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora