¿Muñequito de pastel de bodas?
Entre todas las cosas que pude haber dicho, escogí la más estúpida, pero eso pasa cuando no estás acostumbrada a que un chico te trate bien. Cuando estaba en mi ciudad, lo más lindo que me decía Ale en los meses que estuvimos juntos, era se te ve fenomenal el culo. Yo lo veía como un halago, pero llevo conociendo a Felipe aproximadamente una semana y me ha tratado mejor de lo que lo han hecho todos los chicos que he conocido en toda mi vida.
Gracias a la oscuridad de la noche, pude disimular el efecto que sus palabras tuvieron en mis mejillas delatadoras. Me sentí toda la noche bajo la mirada perversa de los hombres y las miradas acusadoras de las mujeres, mientras que Felipe intentó a toda costa mantener sus ojos alejados de mi cuerpo. Por un momento pensé que sentía vergüenza de verme así, hasta que dijo que no me miraba porque quería ser respetuoso. Quizás, después de todo, no sea tan malo estar en este lugar.
Quiero quedarme con las palabras de Felipe, pero también con las de Adrián, que me dejó en claro que las miradas se debían a que no estaban acostumbrados a ver el cuerpo de una mujer tan de cerca.
Me levanto de la pileta, trazando el mismo camino que trace junto a Felipe, para llegar al lugar en el que me encontró con Arturo y luego seguir el camino que había tomado con el príncipe mayor.
—¿Dónde estabas? —me pregunta Adrián cuando he llegado a su lado —. Pensé que estarías con el príncipe, pero lo vi aparecer hace minutos.
—Salí a tomar aire —me encojo de hombros —Y me debes dos pasteles semanales.
—Podría decir que me mientes, pero se notó mucho que no lo querías cerca —se ríe —así que, acepto mi derrota.
—Te dije que no podías contra mí.
—Que odiosa eres —me da un suave empujoncito —¿Qué haces con esa chaqueta?
—Me dio frío —respondo —y un chico me la ofreció.
—Debiste traer chaqueta.
—Ya lo sé, papá —volteo los ojos.
—No me digas papá —hace una mueca —me hace sentir viejo.
—Vale, papá —me da una mala mirada.
—Antes de que lo olvide, tu tía llegó en cuanto saliste siguiendo al príncipe.
—¿Dónde está?
—Ahí —apunta.
Mi tía está bailando en el centro del salón, con Juan, el hombre de la carreta con vacas y digamos que el baile no es el fuerte de ninguno de los dos, por lo que en estos momentos siento vergüenza ajena.
Miro a mi alrededor, intentando buscar a Felipe con la mirada, pero no lo veo por ningún lugar. Solo espero que su madre no lo haya regañado por desaparecer sin su autorización.
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Jugando con la Realeza
Ficção AdolescenteLas promesas y la realeza eran las cosas más anticuadas para mí. Decir algo que no ibas a cumplir y ver personas que se quedaron estancadas en los siglos pasados, no, no me agradaba, era algo ñoño. Además, yo era una chica a la que le gustaba ir en...