Capítulo 40: Causa de Muerte.

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Valerie

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Valerie.

    El fuerte bombardeo en mi corazón ensordecía mis latidos, cegando mis sentidos y dejándome entumecida mientras veía que mis últimas esperanzas hacia una persona se alejaban abruptamente, arrancadas de mi lado. No podía pensar o imaginar en absolutamente nada más que en buscar una razón o una explicación para que lograse comprender esta mierda. Trataba de mitigar a Avan, pero no tenía idea de qué hacer para obtener mi cometido.

    Tenía una fuerte sensación que oprimía mi pecho, como si una víbora hubiera mordido mi corazón, dejaba exudar su cálido veneno correr entre mis arterias, mezclando sus fuertes químicos con mi sangre rojiza. Era como una droga, malévola y sinuosa, pero con una diferencia: esta sensación estaba ceñida al dolor insoportable, tóxico letargo que activaba todos mis sentidos básicos. El miedo, la adrenalina, y la común negación y la raíz de buscar un porqué al dolor. Todo era relativo, lleno de semejanzas. Buscaba una razón que inauguraba una nueva clase de dolor desbloqueada en mí; como una masacre, que aguzaba su capacidad de herir y maltratar. Lentamente, mi corazón me mataba con placer.

    Con esa angustia que poco a poco escapaba hacia las vespertinas luces de la verdad y uniéndose a mi miseria, repetía en mi cabeza: «¿Qué hice mal? ¿Qué fue lo que sucedió para que terminase de esta manera? ¿Acaso, Avan ya dejó de sentir algo por mí?». No lo sabía.

    No podía ignorar el hecho que se estaba echando a la basura todos los sentimientos erráticos e inocuos pero sobrantes de belleza. Todo lo que ofrecí, todo lo que regalé, y todo lo que olvidé para estar a su lado; para sentir nuestros cocainómanos corazones latir al unísono. Haber unido nuestras almas y cuerpos en deseos de pasión y alegría, que ahora estaban convertidos en míseros fragmentos destrozados de cristal llenos de amargos sabores, que resultaban en cenizas esparcidas en un simple vacío.

—¡Avan! ¿Estás terminando conmigo? —espeté con rabia. Él no me había dirigido la mirada, ni siquiera una palabra. Él se detuvo bruscamente en el pasillo del piso fuera del departamento. A estas horas, los vecinos de los otros departamentos se encontraban durmiendo, cayendo profundamente en sus sueños o luchando contra el insomnio; o tal vez molestos por el griterío que estaba ocasionando fuera de sus residencias.
    Avan se detuvo, como si lo que hubiera dicho lo dejase totalmente petrificado. Aunque no volteó para mirarme, dijo con brusquedad:

—¿En qué momento dije que quería terminar contigo?

Cuando entonó dichas palabras, un alivio total se liberó en mí. Sin embargo, todo lo que dijo, sumando al estado de su humor y cómo actuaba esa noche aun me dejaba consternada y pensante. Entonces, si no quiere terminar conmigo, ¿qué es lo que él ya no quiere y ya no aguanta más?

Él continuó con su camino hacia el departamento, mostrándome su amplia espalda delgada, mientras su cabellera castaña se mecía en el aire al son de sus movimientos producidos por su caminar. Se detuvo en frente de la puerta que daba acceso al departamento que compartíamos, y comenzó a buscar las llaves que abrían la puerta, como si estuviera desesperado en abrirla de una vez, pero, aun lograba mantener su compostura y su elegante porte y esa tranquilidad que nadie podía derribar.

Psicodelia: Dueños Del Delirio. #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora