Capítulo 51: La Loca Valerie II.

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Valerie

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Valerie.

Wang maullaba de histeria y odio. En medio de ajetreos y correteos por los pasillos del hospital en un intento apresurado de calmar a todo el pabellón B que se encontraba en medio de locura y descontrol acaudalado.

Me sentía estúpida al no tener la posibilidad de presenciar todas las pugnas, irritaciones, escándalos y revueltas en las cabezas de las pacientes que había provocado. En cambio, me encontraba encerrada en el dormitorio del baño que apestaba ligeramente a suciedad mezclada con algunos productos de limpieza de olor pertinente, creando un aroma mixto insoportable a menos que te acostumbres.

Pero, en el baño, encerrada junto con mis pensamientos, sentía que el bullicio de fuera no alcanzaba a mis oídos, y me aislaba del ruido incesante que había evocado. Por lo tanto, el baño era totalmente silencio, conmigo, intentando sentir los efectos del LSD en mi cuerpo que tardaba. Era una exasperante sensación de desesperación, donde mis pensamientos no dejaban de retumbar mis oídos; abruptos pensares que desconocían mi cabeza y los sentía innatos a mi cabeza, fuera de lugar. Los cometarios innecesarios vinieron con compañía: escalofríos empezaron a subir por mi espalda, poniéndome los pelos de punta, como cuando las emociones se sienten a flor de piel, y empiezas a saborear el fuerte dulce que yuxtaponía el corazón junto con la lengua. Ambas compartían sabores exquisitos de las sensaciones que estaban guardadas en el fondo de mi ser. Los latidos de mi corazón que bombeaban mi sangre hirviendo se sentían tan pesados, pero tan ligeros. Una extraña sensación de satisfacción que era hermosamente alarmante. La mezcla entre adrenalina y alivio que necesitaba. Lentamente, los suaves efectos del LSD florecían y se expresaban en mi organismo.

Se sentía tan sensacional: la homogénea mezcla entre el dolor y la satisfacción. El miedo y la tranquilidad. La fuerza y la debilidad. Todo mezclado en un estupefacto que me liberaba y necesitaba en tanto tiempo de tensión y aburrimiento que estaba viviendo en el hospital.

Y de pronto, los gritos que los escuchaba como murmullos, las fuertes pisadas que se sentían cada vez con mayor densidad que podrían destrozar añicos el suelo, comenzaron a disiparse, lentamente, como una llama de fuego que ya no tiene qué más consumir en su vela moribunda. De pronto, el silencio empieza a allanar el hospital, y el fuerte estruendo que impactaba las paredes y resonaban los suelos hasta que se sintiera cada vibración que emitía cada pisaba, pasó a convertirse en nada y logró desaparecer del alcance de mis oídos, o eso era lo que creía.

Pensé: «¿Se calmó todo tan rápido? ¿De verdad?».

Y de pronto, todo se hizo borroso, y los colores empezaron a difuminarse y a alterarse. Ya me sentía eufórica y dopada.

Mi mano se sentía quisquillosa. Ambas en realidad. Sin embargo, sentía una extraña pero agradable sensación en las manos, como si un ecosistema estuviera viviendo dentro de mis extremidades. Un montón de pájaros, para ser exactos, cantando y emitiendo sus sonidos, todos a la vez y al mismo tiempo. Gorgojeo.

Psicodelia: Dueños Del Delirio. #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora