Capítulo 8: Otro comienzo, ¿otro Avan?

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Varios días después

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Varios días después...

Esos últimos días fueron distintos, fueron lo que se podrían decir "extraños", pero no de la mala forma. Todo lo contrario: eran como sensaciones que erizaban pieles, quisquillosas y extrovertidas. Sensaciones que podían cambiar momentos tristes a alegres y activos. ¿Cómo? Éstas sensaciones, alegraban a Valerie, y contagiaban emoción pura. Emanaba de ella como la sangre fluye dentro de las venas. Esos días, ella se convirtió en un faro de luz radiante y poderoso, capaz de alegrar a quién sea.

  La doctora Ernest estaba al otro lado del teléfono compartiendo llamada con Valerie.

—Niña, ¿sabes quién es ese chico, verdad? —preguntó ella, con el tono de voz alto y poderoso.

—Sí, lo sé —respondió Valerie mientras cambiaba su posición en la cama, pues ya era de noche. Valerie respondió con su alegría de esos días—, como también sé que su familia es extranjera, no recuerdo si es noruego o alemán pero no es de aquí.

—Como tú. ¡Qué casualidad! —dijo con sarcasmo.

—¡Exacto! como muchas cosas más —enunció Valerie, enfatizando la "u" de muchas—: a ambos nos gusta el helado. Tenemos los mismos gustos musicales. ¡Hasta los mismos gustos en licores!

—En primer lugar —recalcó Ally. Valerie ya se la imaginaba levantando en dedo índice y encarando las cejas—, a todo el mundo le gusta el helado. Y en segundo: puedes tener química con cualquier persona. Obtener confianza y tener cosas en común, pero hay sus límites, que es mejor no sobrepasarlos, y ese chico, tiene demasiados límites que ya restringió muchas veces, ¿crees que sigue valiendo la pena? —dejó atrás el tono imponente y lo cambió por uno tranquilo y, más que todo, de preocupación.

—Que yo recuerde, a mi hermana no le gusta el helado —dijo evadiendo  su preocupada pregunta.

—¿No lo dejarás ir, no? 

 Valerie calló; no pensó demasiado en esa pregunta, ni en ese momento ni en anteriores. Simplemente calló.

—Bueno, hablando de tu hermana, ¿cómo está? —preguntó cambiando de tema. Ella notó la incomodidad que Valerie sintió.

—No sé, no ha estado viniendo a visitarme...

—¿Te llamó o te envió un mensaje? —preguntó Ernest.

—No, supongo que ha estado ocupada —vaciló por un breve momento para añadir—: ella supo manejar su vida, no como yo.

—No digas eso —consoló la doctora, con ternura—, en el poco tiempo que pude conocerte, he llegado a tenerte apego. Eres alegre y torpe —Valerie rió con lo que dijo Ally—. No seré tan vieja, pero he vivido más tiempo que tú, lo que significa que conozco más de esta mierda a la cuál la llaman  vida, y sé cuando un chico es honesto, y este Alan...

—Avan —corrigió interviniendo en su emotivo mensaje.

—...No es uno de esos chicos.

  Como antes, Valerie no supo responder, estaba confundida y pensativa; Avan no era igual al resto, pero tampoco era el ejemplo de honestidad y mucho menos de persona.

—Me tengo que ir, mi marido ya llegó con Agatha— dijo, y de fondo se escuchaba la voz de una niñita cuya vida aún no había recibido ningún golpe o tropiezo.

—Envía saludos de mi parte —dijo, y al segundo, Ally colgó.

  Esa alegría, esa emoción, la cual estuvo presente tanto tiempo, desapareció, junto con las posibles respuestas de las preguntas de Ernest. No pensaba abandonarlo.

Ahora que el caso quedó cerrado, Valerie no tenía mucha oportunidad de hablar con él; es más, no tenía ninguna, ya que por alguna razón, olvidó anotar su número en su Nokia, y no lo recordaba por nada del mundo. La tarde cayó, y la noche despertó, pero los pensamientos de Valerie estaban esparcidos en desorden dentro de su cabeza: Un Avan que prometía estar con ella en su cabeza. Otro Avan que simplemente se desvanecía poco a poco sin ninguna despedida  o palabra dicha, simplemente un movimiento con la mano sin ningún tipo de afecto o cariño. Sólo, una despedida.

   Valerie se levantó de la cama con pereza y sin ganas de tener un lindo día. Con los ojos entre cerrados, sentía como el peso del suelo caía sobre sus párpados, obligándola a cerrarlos de vez en cuando. Se fijó la hora en el reloj de la cocina: 7:21.
«Con razón tengo tanto sueño —pensó Valerie en su cabecita».
  Con mala gana, abrió la puerta del refrigerador, y se sintió vacía, inocua, al ver que no había ninguna botella.
«Tienes que contenerte, Vale. Tienes qué».
  Trató de borrar la sed que arrasaba su garganta, desgarradora y seca. Quería que alguna bebida, cualquiera, fluya por su garganta como un río caudaloso y peligroso. Valerie inmediatamente buscó agua.
  Abrió la gaveta, tuvo la necesidad de pararse de puntillas para poder alcanzar, y tenía que hacer lo mismo con algunas cosas, pero no se sentía mal por eso, para nada. No se avergonzaba de sus 1.59 cm.
  Se sirvió chocolate con leche en su taza favorita —la cuál tiene desde que tenía 16— junto con un sándwich de mantequilla y mermelada de cereza. Se sentó frente al televisor y comenzó a ver «Friends», en el canal 7, transmitían el programa a esa hora casi todos los días.
  Y así se quedó, durante un buen tiempo, tratando de ahogar sus pensamientos ruidosos y escandalosos  (busca algo de beber)
en un poco de comida y en una buena serie de TV, y trató de concentrarse en
(¡Ya pues! ¡Te mueres de sed!)
  la trama del capítulo que, probablemente no recordaría minutos más tarde, y solamente recordaría como sus demonios de "alcohólicos anónimos" quieren un poco de la bebida que tanto aman.
  Y estuvo así, durante un tiempo que parecía ser eterno, tratando de lidiar cada pensamiento mundano y atrevido que sea referente a la palabra «alcohol» o «Avan».
  Un sonido abrumó el momento, de concentración al capítulo de la serie, pues provenía de la puerta. Valerie rodó del sillón y cayó con estrépito al suelo, soltando así un sonido de dolor.
Se levantó casi a regañadientes, agarró el picaporte de la puerta con suavidad y pereza, y la imagen que yacía frente a ella fue inesperada: Avan.

—¿Quisieras salir hoy? —preguntó Avan, sorpresivo y con la mirada ligera, pero no en los aires. Éste era Avan.

Valerie no supo si podía aceptar, con todas las ideas en un remolino de ideas mezcladas con el dulce y amargo aroma de la duda, el cuál llenaba su cerebro de ideas poco relevantes que decían: "él no es el indicado".  Imaginó un basurero mental, y botó todas las malas ideas y pensamientos, y ató la bolsa con triple nudo; y se aferró a las ideas buenas y halagüeñas, y con una voz risueña, simplemente respondió:

—Claro que me gustaría.  

  

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Psicodelia: Dueños Del Delirio. #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora